“Porque la ley
del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del
pecado y de la muerte.” (Romanos 8:2)
(Salmos 1) (Santiago 1:25) (2ª Corintios 3:17,18)
Existen
diferentes leyes que rigen en toda la creación visible e invisible.
Cuando pensamos en
el concepto o el termino - ley - automáticamente lo asociamos a
normas establecidas, estatutos, mandamientos que hay que cumplir.
Asumimos que las leyes son órdenes que hay que obedecer
cuidadosamente, y que debemos conocerlas para no incurrir en el
delito de incumplirlas.
De manera que
aquellos que no son observadores de las diferentes normas o leyes que
rigen la sociedad en la que viven, y que regulan básicamente la
totalidad de nuestras vidas, para no infringirlas, se exponen a ser
castigados por ello. Esto es un hecho constatado nos guste o no, las
leyes que imperan en los gobiernos de cada país, obliga a todos sus
ciudadanos a que las cumplan. Estas son establecidas por los hombres
y aunque sin ser perfectas, damos gracias a Dios por ellas, porque de
una forma u otra protegen los derechos humanos y facilitan la
convivencia, el respeto, la justicia y el orden social.
Existen leyes
naturales y universales que han sido impuestas por el Creador de
todas las cosas, son las que ordenan la naturaleza de nuestro
planeta, las constelaciones y galaxias. Son los límites que Dios ha
puesto en la materia, el orden que Él ha establecido en toda la
creación del mundo vegetal, animal, acuático y atmosférico. Estos
son códigos escritos por la misma mano de Dios en cada partícula
de todo lo que vemos, convirtiéndolo todo en una belleza armónica y
un diseño perfecto.
“Los cielos
cuentan la gloria de Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día,
Y una noche a
otra noche declara sabiduría.
No hay lenguaje, ni palabras,
Ni es oída su
voz.
Por toda la tierra salió su voz,
Y hasta el
extremo del mundo sus palabras.
En ellos puso
tabernáculo para el sol;
Y éste, como esposo que sale de su tálamo,
Se alegra cual
gigante para correr el camino.
De un extremo de
los cielos es su salida,
Y su curso hasta
el término de ellos;
Y nada hay que se
esconda de su calor.” (Salmos 19:1-6)
Dios ha establecido
también unas leyes morales, cívicas y espirituales para que todos
los hombres las cumplan, a fin de que les vaya bien y vivan
armoniosamente con sus congéneres, consigo mismo, con todo lo que le
rodea y con su creador.
Son las leyes
expresadas en la palabra de Dios y que nos revelan los sabios deseos
y voluntad de nuestro creador. Son perfectas porque han salido de
Dios que es Perfecto, son justas porque reflejan el propio carácter
del legislador que es Justo, son sabias porque han surgido del Dios
eterno y omnisapiente, que todo lo sabe del hombre, pues fue el quien
lo formó.
El porqué Dios
estableció estos mandamientos y leyes escritas para los hombres, y
cual fue el resultado de ello, lo veremos mas adelante en este
articulo.
En el
principio no eran necesarias las leyes morales y espirituales.
Pero debo decir que
al principio no fue así, el hombre no estaba sujeto a la obligación
de cumplir un sin fin de leyes y normas.
Cuando Dios hizo al
hombre, lo creo a su imagen, a su parecido, y sopló en él su
aliento de vida. Es decir que le dio espíritu, puso dentro del
hombre su propia vida y naturaleza divina, le otorgo algo de su Ser
Eterno. El solo tenía que vivir llevado por ese principio de vida
que Dios le había concedido, basado en una relación con Dios
armoniosa. Ser guiado voluntariamente por el poder de la vida
sobrenatural de Dios mismo que moraba en su interior.
Dios puso a Adán y
Eva en un ambiente ideal, un jardín paradisíaco, con un clima
perfecto y rodeado de todo tipo de árboles frutales, plantas y
animales sobre los que el hombre dominaba y que no les podían dañar.
El Señor le dio a
Adán algún trabajo que hacer, seguramente para que no estuviera
todo el día holgazaneando y aburrido. Y además le dio una sola
orden para preservar su vida en las mismas condiciones y calidad en
las que Dios se la había concedido, por siempre y para siempre.
Disfrutando de todo lo que Dios le había dado, y teniendo una
dichosa y perfecta relación con su creador.
“Tomó, pues,
Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo
labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios
al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.”
(Génesis 2:15-17)
Entra en juego
una nueva y destructiva ley como principio de vida por causa de la
desobediencia.
Todos sabemos lo que
ocurrió seguidamente, la tragedia a la que la raza humana fue
abocada, por la desobediencia de Adán al solo y único mandamiento
que Dios le había impuesto para su propio bien.
Pero entremos un
poco mas profundo en las implicaciones y las consecuencias vitales
que ocasionó esta desobediencia, pues en ello el hombre perdió algo
muy esencial.
El incurrió en
pecado, es decir transgredió una ley divina; bíblicamente pecado
es:
Transgresión de una
ley de Dios moral o espiritual, errar el blanco o no dar en la diana,
y significa estar alienado de Dios o ir en diferente dirección a lo
establecido por Él.
En el momento en que
Adán pecó entro en un desorden, en un caos existencial. Trastocó
he hizo una interrupción en los planes de Dios para él. Quedó como
una estrella errante y fuera de su órbita, perdida y sin rumbo.
En su desobediencia
el estaba renunciando a una vida de intima comunión con Dios, a la
vida divina, a cambio de una existencia llena de normas y conceptos
sobre el bien y el mal.
Con esta errada
decisión le daba de lado a la libertad con la que Dios lo había
dotado y renunciaba al principio de vida espiritual que el creador
puso en su interior.
Así que nuestro
padre Adán eligió vivir bajo otro principio de vida distinto que
para el que fue destinado por Dios en su comienzo. Esta preferencia
lo apartó de Dios, lo separó de su vida espiritual, fue como
decirle a su Creador, que no lo necesitaba para vivir, que se bastaba
por si mismo.
Progresivamente el
fue perdiendo su percepción espiritual y adentrándose en una gran
desorientación y despropósito.
Y como el tomó esta
decisión de vivir en base al conocimiento del bien y del mal, que es
lo que representa el árbol del cual Dios le había dicho que no
comiera, esto anuló el espíritu en su ser, la forma de vida divina
que Dios le había concedido originalmente.
Esta elección
significaba vivir según su propia alma, conforme a sus deseos,
propios pensamientos, y fuerza de voluntad, sin tener en
consideración a Dios. Sin embargo no tardó mucho tiempo en darse
cuenta de su gran error, así como del valor de todo lo que había
rechazado y perdido.
Como Dios ama a sus
criaturas, el les da una nueva oportunidad; así que Él les da
mandamientos, leyes y estatutos, para que los guarden.
Pero un conocimiento
de estas normas deja al descubierto la impotencia del ser humano para
cumplirlas.
El hombre se hizo un
esclavo del pecado, solo pensaba en el mal, se convirtió en siervo
de la injusticia e incapaz de hacer lo bueno.
Todas las leyes eran
buenas, perfectas, justas y santas, pero la criatura se había
corrompido y depravado.
Sin embargo nunca el
hombre está tan cerca de Dios que cuando conoce su voluntad y abraza
sus leyes y sus mandamientos expresados en las escrituras, porque
ellos muestran la perfección que Él exige para todo el mundo. Pero
sucede que al intentarlo no logra cumplirlos, no puede conseguir
obedecerlos.
Por causa del pecado
la naturaleza humana se convirtió en inútil e incapaz de poder
obedecer los mandamientos de Dios. Según las escrituras comenzó a
operar en los hombres una ley contraria a los mandamientos y a la
vida de Dios, llamada- la ley del pecado y de la muerte.
Esta ley del pecado
es antagónica a todo lo bueno, puro y espiritualmente santo;
inhabilita he imposibilita a todos los hombres para agradar a Dios.
Todo ser humano está
afectado y siendo dominado por esta ley negativa y destructiva del
pecado y de la muerte. La mente, las emociones, la voluntad y el
cuerpo son gobernados y controlado por esta ley.
Ahora bien el deseo
de Dios al principio no era que los hombres vivieran conforme a unas
ordenanzas, aunque él se las hubiera mandado mas tarde.
Dios entregó sus
leyes a los hombres para que descubrieran y entendieran por si mismos
que no podrían obedecerlas. La ley de Dios nos fue dada para que el
pecado se mostrara como tal, destructivo, mortal, opuesto a la vida
de Dios.
La ley le fue dada a
las criaturas para que reconocieran su pecado, y la debilidad humana
se hiciese patente para ellos, y por consecuencia volverse al camino
de origen, al camino de la vida.
Una
descripción de la ley del Espíritu.
Se habla y escribe
muy poco sobre este asunto, que a mi parecer es importantísimo
tenerlo claro. Del conocimiento de esta ley del Espíritu depende el
desarrollo y crecimiento espiritual de los creyentes. Esto es el
centro y la clave de la fuerza y vitalidad de la vida cristiana.
Intentaré con la ayuda de Dios explicarlo.
Dios desea que
vivamos bajo la influencia de una ley poderosa, una ley que juega a
nuestro favor. Ella nos da fuerzas y nos capacita para vivir
agradando a Dios, es – La ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús. Es la ley que gobierna por principio todo el reino de Dios,
toda vida espiritual.
Este es el único
poder para librar a los hombres de la ley destructiva del pecado y de
la muerte, esa fuerza que entró a funcionar por la desobediencia de
Adán.
Jesucristo mismo era
regido por ella, por esta ley de vida del Espíritu. Su conducta, sus
acciones, eran determinadas en base a una relación vital con el
Padre. El estaba en el Padre y el Padre estaba en él. No hacia nada,
no realizaba ninguna obra, no hablaba nada que el Padre no le hubiera
indicado. El Señor dependía completa y totalmente de la vida del
Padre que le era suministrada por el Espíritu Santo morando en él.
La ley del Espíritu
de vida fue el poder que resucito a Jesucristo de entre los muertos
alzándolo hasta la diestra del Padre. Este Espíritu no solo le
proveyó a Jesús la gracia y la energía necesaria para obedecer y
agradar a su Padre viviendo sin pecado, sino que lo hizo vencer a la
muerte y salir de su encierro, anulando la eficacia de ella y
ejerciendo control y dominio sobre la misma.
Es este Poder que
resucitó a Cristo de la muerte el que nos ha sido otorgado, de modo
que si mora en nosotros seremos vivificados por Él. Es el Espíritu
Santo que habita en nuestro interior el que nos libra del poder del
pecado y del poder de la muerte. Es este bendito Espíritu que en su
comunión nos suministra la gracia y el poder para agradar y servir a
Dios.
“Y si el
Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en
vosotros.” (Romanos 8:11)
El rey David fue un
hombre en el cual operaba el Espíritu de Dios, el no solo conocía
la ley expresada en mandamientos, sino el Espíritu de la ley. Es por
eso que David fue considerado como un hombre conforme al corazón de
Dios. El mismo, menciona que la ley de Dios era una delicia y en ella
meditaba de día y de noche, y aconsejaba a todos ha hacer lo mismo
para que descubrieran sus beneficios.
“Bienaventurado
el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en
camino de pecadores,
Ni en silla de
escarnecedores se ha sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley
medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto
en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que
hace, prosperará.” (Salmos 1:1-3)
En este salmo se
deja ver claramente que para el rey David la ley de Dios era mucho
más que mandamientos u ordenanzas que había que cumplir. Para el,
el centrarse en la palabra de Dios y meditar en ella, era comparable
a un árbol plantado junto a un río. Ese río es una figura que
representa al Espíritu Santo de Dios, o dicho de otro modo al
Espíritu de vida en Cristo Jesús.
“En
el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la
voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva. Esto
dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él;
pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había
sido aún glorificado.” (Juan 7:37-39)
El que está
plantado junto al río del Espíritu llevará mucho fruto.
“Mas el fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
(Galatas 5:22,23)
No existe ley que se
pueda oponer, ni resistir o impedir el fruto poderoso que produce la
vida del Espíritu de Dios. Esta vida poderosa que nos imparte el
Espíritu Santo y en la cual estamos implantados nos libra y librará
de todo pecado.
La ley del
Espíritu es perfecta.
“Mas el que
mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera
en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste
será bienaventurado en lo que hace.” (Santiago 1:25)
La perfecta ley de
la que se nos habla en este pasaje es la que produce libertad. Las
antiguas leyes que Dios había dado a los hombres en forma de
mandamientos, estatutos y ordenanzas, y que exigían su cumplimiento,
no otorgaban el poder para obedecerlos. El pueblo de Dios tenía que
hacer continuos sacrificios para expiar ante El sus pecados y
desobediencias.
“Queda, pues,
abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia
(pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción
de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios.” (Hebreos
7:18,19)
“Porque la ley,
teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las
cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen
continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que
tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia
de pecado. Pero en estos sacrificios cada
año se hace memoria de los pecados; porque
la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los
pecados.” (Hebreos 10:1-4)
Ahora bien, dice la
escritura que el Hijo de Dios vino para cumplir con toda la ley y
para hacer toda la voluntad del Padre. También se ofreció así
mismo como un sacrificio perfecto y aceptable a Dios para así
hacernos perfectos.
Por lo cual,
entrando en el mundo dice
Sacrificio y
ofrenda no quisiste;
Más me
preparaste cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: He
aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad,
Como en el rollo
del libro está escrito de mí.
Diciendo primero:
Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no
quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la
ley), y diciendo luego: He aquí que vengo,
oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer
esto último. En esa voluntad somos
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una
vez para siempre.” (Hebreos 10:5-10)
“porque con una
sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo;” (Hebreos
10:14,15)
El Señor Jesús
puso en marcha esta nueva ley de vida en el mundo, en él comenzó a
operar y a manifestarse poderosamente viviendo una existencia física
sin pecado, y desafiando aun todas las leyes naturales, haciendo
milagros y señales a favor de los hombres. El vivió en la tierra
una vida sobrenatural, vida sujeta al Espíritu de Dios, una vida
plena de amor y de obediencia al Padre; una vida marcada por una
relación cómplice, dependiente, voluntaria y amorosa con aquel que
lo envió.
Esta misma vida es
la que se nos ofrece y la que nos hará ser más que vencedores; es
la vida de Dios, sobrenatural, poderosa, triunfante y liberadora.
Principios
que hacen operar la ley del Espíritu
¿Pero cómo opera
esta ley del Espíritu de Vida? ¿En que manera podemos permitir que
este poder de vida espiritual se manifieste en nuestras propias
vidas?
Vamos a examinar
para ello el capitulo 8 de la carta de san Pablo a los romanos. Donde
observaremos aquellos principios que harán que la ley del Espíritu
de vida en Cristo sea eficaz en nosotros.
En primer lugar,
esta ley se pone a funcionar por el principio que llamaré de
adhesión a Cristo. No es posible que el Espíritu Santo obre
aparte de Cristo o con independencia a Él.
“Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los
que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
(Romanos 8:1)
Jesús en una obra
conjunta con el Espíritu Santo ha traído la vida de Dios a nuestros
corazones. Mediante su muerte sacrificial y su resurrección, él nos
dio vida a nosotros que éramos muertos para Dios en nuestros
pecados.
Por medio de la fe
recibimos la adopción de hijos suyos. Hemos renacido en el espíritu
por medio de la palabra de Dios que como una semilla ha sido
implantada en nuestros corazones.
Gracias a la muerte
de nuestro Señor fuimos librados de la condenación y de la
maldición de la ley expresada en los mandamientos de Dios.
La sentencia que
pendía sobre nosotros a causa de nuestros pecados y por nuestras
culpas era algo que nos hundía mas y mas en nuestra miseria y que
nos hacia esclavos de nuestra debilidad.
La carga de nuestras
maldades nos inhabilitaba para que pudiéramos obedecer las leyes de
Dios y hacer su voluntad.
Pero ahora estamos
unidos a Cristo, hemos sido hecho un espíritu con él, estamos
plantados en Jesús. Y esto permite que su savia, que su vida
poderosa fluya a través de nosotros.
La sagrada escritura
nos confirma la importancia de seguir este principio tal y como Jesús
nos lo expresa en el evangelio de San Juan.
“Permaneced en
mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí
mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros
los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan
15:4,5)
Es un hecho que si
hemos creído en Cristo y hemos nacido de nuevo, él habita por la fe
en nuestros corazones, el está en nuestro interior. Solo debemos
mantenernos en esa unión y dependencia. Estamos casados con el
Señor, hemos sido ligados a él, mantengámonos conectados, en una
rendición absoluta.
En segunda
instancia, la ley del Espíritu de vida opera mediante el
principio práctico de la oración.
Hablo de esa oración
que nos lleva a una comunión intima y cada vez más profunda con
Dios. La oración que se ha convertido para nosotros tan vital y
necesaria como el aire que respiramos, o el agua que bebemos.
Es necesario que
profundicemos en nuestra unión intima con Dios. De esta manera
nuestro espíritu es fortalecido y el Señor crece más y más en
nosotros, mientras que nuestra carne pierde fuerza y protagonismo.
“Y de igual
manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos
de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas
el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del
Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los
santos.” (Romanos 8:26,27)
La oración es el
medio por el cual somos guiados a una dependencia total del Señor.
Es por la oración que vamos ha ganar las batallas contra nuestros
adversarios, el mundo, la carne y el diablo.
La palabra de Dios
nos alienta a orar continuamente, de forma ininterrumpida; de manera
que en todo tiempo, en cualquier lugar y en toda circunstancia
mantengamos nuestra relación con el Señor. Que en cualquier momento
nos volvamos a el que mora en nuestro espíritu, en el lugar santo de
nuestro ser.
“Orad sin
cesar” (1ªTesanolicenses 5:17)
Si vamos a
experimentar el poder sobrenatural de la ley del Espíritu de vida,
será cuando vivamos de manera continua en la presencia de Dios. Todo
es posible que ocurra cuando la oración, la practica de la presencia
de Dios, forme parte habitual de nuestra vida.
Terceramente,
la ley del Espíritu se cumple mediante el principio de la dedicación
o consagración.
Dicho de otra
manera, cuando nos ocupamos de forma decidida en las cosas del
Espíritu este se hace efectivo en nosotros.
“Porque los que
son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son
del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque
el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es
vida y paz.”(Romanos 8:5,6)
Para que la ley del
Espíritu de vida trabaje a nuestro favor es necesario estar de su
lado, en consentido acuerdo.
¿Hemos decidido ya
quien sea nuestro señor? ¿Departe de quien estamos? ¿Qué es lo
que ocupa nuestra mente y qué es lo que mas deseamos?
La cosa es así de
sencilla, que lo que ocupa nuestra mente y nuestros afectos es lo
que nos controla. Donde tengamos nuestro tesoro allí estará nuestro
corazón. De manera que si es Cristo lo mas valioso para nosotros, si
es la vida espiritual lo mas importante, entonces el Espíritu de
Dios hará funcionar su ley poderosa en nuestro interior.
El instrumento del
Espíritu es la palabra de Dios, mediante ella lo que es de la carne
es separado de lo que es del espíritu. El Espíritu Santo purifica
nuestros corazones por la revelación de las escrituras, penetrando
con ella hasta lo mas profundo de nuestro ser y sacando todo a la
luz.
“Porque la
palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de
dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta
en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y
abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.”
(Hebreos 4.12, 13)
Es necesario que
ocupemos nuestra mente en la meditación de las verdades de Dios, de
la obra de Cristo, pidiéndole a Dios que nos revele aquello que aun
no hemos comprendido, de modo que la palabra se encarne en nosotros.
La revelación de la palabra por el Espíritu Santo nos traerá la
liberación de la carne y del viejo hombre, así como la purificación
de nuestros pecados.
“Así que,
hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a
la carne; porque si vivís conforme a la
carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne, viviréis.” (Romanos 8:12,13)
En cuarto lugar,
la ley del Espíritu la hacemos funcionar cuando
andamos conforme al Espíritu. Es necesario que estemos pisando
firme y confiadamente en el Espíritu, si queremos que obre sin
obstáculos en nosotros. Así como los sacerdotes de Dios que hasta
que no pusieron los pies sobre el agua en el río éstas no se
apartaron.
Andar en el Espíritu
significa caminar por fe, en completa dependencia y contando con su
apoyo, sabiendo que el está ahí de nuestro lado.
“para que la
justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme
a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:4)
Cuando andamos de
acuerdo con el Espíritu, conforme a su sentir, en unión con él, a
su paso, ni adelantándonos, ni tampoco quedándonos atrás, la
justicia de la ley se cumple en nosotros.
Permitamos que el
Santo Espíritu lleve las riendas de nuestras vidas, para que podamos
comprobar en la experiencia diaria que es posible vivir para Dios y
en victoria.
En quinto lugar,
la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús opera por el
principio del padecimiento.
“Y si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es
que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados.
Pues tengo por
cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con
la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” (Romanos
8:17,18)
Esto no significa
que Dios nos va a dar sus riquezas espirituales porque las
merezcamos, ni por lo que hayamos sufrido. Pero si es cierto que por
la presión, las pruebas, llevando la cruz que el Señor nos da,
estaremos recorriendo el camino marcado por Jesús. Por medio del
padecimiento seremos purificados y liberados de muchas ataduras
carnales, deseos, aspiraciones y pensamientos que no son de Dios.
El Señor le hablo a
sus discípulos de que habrían de beber la copa de sufrimiento que
el bebería y de ser bautizado con el mismo bautismo que él. Y así
será con todos aquellos que en verdad quieran seguir al Señor y
vivir en el Espíritu.
El poder del
Espíritu Santo se manifestará cuando aceptemos de parte de Dios
todo lo que él permita; cuando por medio de la cruz estemos muriendo
en nuestro ego, a nuestras maneras, a nuestros intereses, y a nuestro
amor propio.
Como señala la
palabra de Dios en otro lugar, esto son solo leves tribulaciones,
cosas que debemos padecer por un corto espacio de tiempo, pero lo
necesario para que seamos quebrantados de manera que la fragancia del
Espíritu pueda ser liberada.
La gloria de Dios se
manifestará al fin en aquellos que padecen por Cristo, en aquellos
que no menosprecien lo que Dios está haciendo con ellos, y que no le
atribuyen a Dios despropósito alguno.
Algunos creyentes
tienen que ser duramente golpeados por experiencias dolorosas, pasar
por situaciones por donde otros quizás no lo harán, y es que Dios
trata a cada uno de sus hijos conforme a lo que necesita, de manera
que todo estorbo sea quitado, toda dureza sea suavizada, y todo lo
que no es de Dios sea destruido.
Si sacamos el
provecho del sufrimiento que Dios permite que tengamos, si lo
aceptamos como viniendo de él, seremos transformados y llevados de
gloria en gloria a la imagen del Señor.
Pedro Jurado