La palabra de Dios amartillo con mi mente y la
golpeo con fuerza,
Por ver si extraigo diligente alguna piedra preciosa.
Algún mineral hermoso y
chispeante, de esos raros, que
solo vemos algunas veces,
que cautivan nuestra atención,
por no estar a ellos
acostumbrados,
siempre están cotizados y
no caen en devaluación.
Algo de plata reluciente,
que como en un espejo
descubra en ella algún
semblante,
abundantes figuras,
reflectantes visiones.
Un poco de oro, metal
dorado, con sus rayos de fuego,
color templado, sol
refulgente que da calor.
Quizás extraiga alguna
verde esmeralda
en cuyo profundo matiz se
pierda mi vista,
absorto y atraído por su
belleza,
como en un océano sin
fondo, en cuyas aguas me sumerja y en ellas bucee
y me abstraiga
contemplando su vida, atraído por su fantasía
colorida.
Tal vez, consiga extraer
algún diamante,
en que su prisma se
refleje la luz del sol naciente
y el fulgor de mil
estrellas relucientes,
en múltiples colores
chispeantes que me deleiten con su natural arte.
A veces desisto en mi
empeño, y descanso, y reposo.
Entonces como venida del
cielo una ráfaga de viento lo remueve todo
y siento que vuelo y me
remonto hasta las mas altas cumbres,
Como inspirado, descubro
los mas preciosos secretos, los mas hermosos tesoros que existen en
el firmamento, minas ocultas, vetas secretas, profunda sabiduría
divina.
Minerales preciosos que
engarzan las joyas de mis ideas,
en blanco papel expuestas
en que otros las contemplen y disfruten.
O revestidas de verbo,
palabra y voz, se oigan fluyendo en orden,
cual notas musicales
haciendo eco en las abundantes cavernas de la tierra.
Repartidas como semillas
que el sembrador en el campo esparce;
La lluvia temprana y la
tardía aguardan con paciencia.
En ver que crezcan al ser
empapadas, tendrá con ello el labrador su recompensa.
Pues de suyo la simiente
lleva fruto, a treinta, a sesenta y a ciento por una.
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