lunes, 11 de julio de 2016

LA BUENA PARTE

Con relación al suceso ocurrido en casa de Marta y María, referente a la corrección que el Señor hace a una y la aprobación a otra. Creo que la intención de Jesús al reprobar a Marta iba más allá de hacerle un reproche por la ocupación y servicio en la que estaba envuelta, y con relación a María, el Señor establecía un principio de valor y orden espiritual.

El problema se presenta en que Marta estaba preocupada y atareada con muchos quehaceres. El Señor le hace ver que está afanada y turbada. No le reprocha lo que ella hacía, sino con qué actitud y disposición lo realizaba. Lo que hizo saltar la alarma era la tensión y ambiente que se creó en la casa, digamos que provocado por el nerviosismo de Marta, no por lo que ella hacía.

Sería un error interpretar que Jesús estaba haciendo una separación y contraposición entre una actividad espiritual y una secular o natural.

Es fácil caer en una interpretación religiosa en la que cargamos a los creyentes retándoles con la exigencia de que tienen que sacrificar o abandonar algo para gozar de la presencia de Dios en una comunión profunda con Él.

Si somos creyentes nacidos de nuevo, y nos hemos identificado con la Cruz de Cristo, nuestra prioridad es agradar a Dios porque le amamos. Nuestro avance y crecimiento espiritual está cien por ciento fundamentado en la obra de la gracia. Si somos guiados por el Espíritu estaremos en comunión ininterrumpida con el Señor y no viviremos bajo leyes y normas en la que nuestra carne se pueda vanagloriar.

Creo que lo que el Señor estaba estableciendo no era una prioridad de actividad sino más bien de principio de vida y de actitud. Lo más importante y prioritario en la vida de todo creyente debe ser su comunión con Dios. Pero no una relación con Dios que le aparte de la realidad del mundo y de las necesidades que tenemos nosotros y los que nos rodean.

Marta se indignó un poquito con María considerando que la situación era injusta porque su hermana no le ayudaba a servir. Los que son muy activos en el trabajo y servicio a Dios suelen criticar a los que no les apoyan y no son como ellos.

Abogo por los tiempos de soledad y los apartamientos y retiros para buscar a Dios, que pueden ser de mucha bendición y edificación. Sin embargo creo que los creyentes debemos aprender a estar en comunión constante con Dios y a estar en su presencia en medio de cualquier tarea que estemos realizando.

Ya sea que estemos cocinando, cuidando niños, haciendo las tareas de la casa, trabajando en la oficina, pintando, practicando deporte o realizando cualquier otra actividad podemos estar en comunión con Dios y con el corazón abierto para escuchar su voz.

Necesitamos ver y entender la vida como un todo, donde Dios está presente y es el eje central . Todos los creyentes tenemos la necesidad de aprender a orar sin cesar.

De modo que lo que entiendo y me parece que es conforme al espíritu y enseñanza de toda la escritura es, que servicio sí, trabajo sí, y cualquier otra tarea u ocupación honrrada sí, pero sin afanes, sin ansiedad o turbación alguna, sino con tranquilidad y fe, descansando en la gracia de Dios y disfrutando de la comunión con Él.

Reconozco la importancia de pasar tiempos a solas con Dios. Los creyentes no deberían privarse de estar a diario algún momento en oración, apartado de todo ruido y de toda otra actividad. La oración en  silencio, la meditación y la contemplación espiritual son muy necesarias para el espíritu y el alma de los creyentes.

Pero creo también que necesitamos aprender a vivir en la consciencia de la presencia de Dios en todo tiempo, circunstacia y actividad de nuestras vidas. Saber que Dios mora en nuestros corazones, que en Él vivimos, en Él nos movemos y en Él somos, y que nuestra comunión con Él no tiene por que interrumpirse.

No tenemos que perdernos la buena parte. El Señor nos promete que nunca nos será quitada ésta comunión íntima y profunda con Él; sin embargo, aun falta que muchos creyentes entren en esa dimensión de conunión con el Señor.

La oración no debe convertirse en algo que simplemente tenemos que hacer para cubrir nuestro expediente de cristiano o como si se tratase de un ejercicio religioso, obligación, o deber semejante a muchos otros que realizamos. La verdadera oración fluye de una relación de amor con el Señor, de nuestro afecto por Él y la apreciación y gratitud de todo cuánto es Él y cuánto ha hecho por nosotros.

La oración no es sólo apartarse de vez en cuando y encerrarse en una habitación, sino estar en comunión con Dios en todo momento y depender de él a todas horas.

Orar sin cesar debería ser el objetivo de todo cristiano; se empieza poniéndonos de rodilla en soledad, pero no es posible mantenerse en oración y comunión con Dios si no somos conscientes de su presencia continua en nuestro interior. Necesitamos aprender a encontrarnos con Dios en el santuario de nuestro ser, en lo profundo y secreto de nuestro corazón, en el espíritu.

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