viernes, 25 de enero de 2013

LA MEDIDA DE LA IGLESIA

“Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él.” (Apocalipsis 11:1)
No pretendo hablar de números en este mensaje o de cantidad, y no porque crea que Dios no está interesado en cantidades, porque justamente hay un libro en la biblia que demuestra en verdad que Dios se interesa en los números. El tenor de la biblia es que que Dios anhela tener un pueblo numeroso, que la muerte de Cristo de a luz muchos hijos y que los frutos de almas salvadas sean superabundantes. En esta ocasión nos interesa ver la medida en calidad, porque dicho sea de paso la cantidad sin calidad es basura. Los hombres suelen juzgar las cosas por la apariencia pero Dios mira al corazón, el pesa los espíritus. Nosotros podemos impresionarnos con las multitudes, pero el Señor no, el mide con su vara y busca la medida justa, en santidad, en amor, en entrega y adoración. Leer (Apocalipsis 21:9-27). En este pasaje se nos da una descripción de lo que será el futuro de la iglesia, la obra maestra de Dios. La esposa del Cordero, o la gran ciudad santa de Jerusalén como se le llama en este capitulo, son los creyentes redimidos, aquellos que han sido edificados sobre el fundamento de Jesucristo y sobreedificados con materiales celestiales. Es maravilloso poder observar el final, la obra terminada, en una iglesia que ha sido preparada y perfeccionada, edificada como templo para morada eterna de Dios. Es la imagen de la gloria de Dios, y El la llena con su presencia, porque es de su agrado, es santa, sin mancha y sin imperfección alguna. La iglesia de Jesucristo habrá alcanzado tal perfección y hermosura, que el instrumento para medir su inmensidad y primor, su delicadeza y distinción, ha de ser una vara de oro, metal que representa en las escrituras lo celestial, lo eterno. En Apocalipsis 11 la iglesia no ha sido aun glorificada, ni perfeccionada, está en construcción. Aun se encuentra sobre la tierra y Dios está trabajando en su edificación, y Él la mide de continuo por medio de sus siervos enviados que usan la palabra profética como vara o medida establecida por Dios. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2ª Timoteo 3:16,17) “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.” (2ª Pedro 3:19-21) Las obras de Dios a su justa medida. Dios busca que la iglesia llene ciertas medidas o dimensiones espirituales, acorde a su diseño preestablecido y eterno. El Señor quiere en su pueblo las cualidades que lo distingue de todos los demás, el carácter de su naturaleza divina, la santidad, la humildad, la unidad, el amor, la bondad, la fe, así como todas las virtudes espirituales que son el fruto y adorno de los escogidos y redimidos por Él. En la Biblia tenemos diferentes ejemplos que nos hablan de las expectativas planteadas por Dios para su obra, con respecto a su exigencia en medidas y en forma, de lo que el quiere que se haga, y encarga sus proyectos a los hombres que escoge como colaboradores suyos, para que lo lleven a cabo. El Señor desea que sus obras sean y se hagan de una determinada forma y manera, no vale todo, solo lo que es conforme a su voluntad y plan es lo que Él acepta. Dios encargó a Noé que hiciera un barco, para librarlo de los juicios que vendrían sobre la tierra, y le detalló como debía ser y las medidas exactas que habría de tener. Los planes que Dios tenía implicaban que Noé hiciera las cosas como se le había indicado. El futuro de su familia y de toda la raza humana, así como la de todo ser viviente estaba en que este hombre obedeciera a Dios. De modo que cuando ocurrió el diluvio ese barco fue estable y soportó las tormentas y todos los que estaban dentro pudieron salvarse. Tenemos también en la Biblia el diseño del tabernáculo, un templo desmontable que Dios le ordenó a Moisés que fabricara, mientras iban como nómadas por el desierto. No dejó la forma, ni sus medidas, al capricho de la imaginación de su siervo. Dios le explicó a Moisés como debía ser esa casa de Dios, los materiales que debía emplear, las medidas, los útiles para los sacrificios, todo tenia que ser según lo que Dios le había mostrado en el monte santo. Otro ejemplo, lo tenemos en el templo que Dios le encargó a Salomón que construyera, todo un diseño perfecto de arquitectura. Desde los cimientos y hasta el último clavo, todo fue planificado y explícitamente ordenado por Dios. Las piedras, la calidad de la madera, los diferentes metales que se habrían de usar, y algo muy importante los maestros y artesanos escogidos por Dios para edificarlo. Era un lugar para que Dios lo habitara, y donde el se manifestaría a su pueblo escogido para hablarles y mostrarle sus caminos. Estas cosas son solo prototipos naturales de la iglesia de Jesucristo, de la obra espiritual, eterna y sobrenatural que el Señor está llevando a cabo actualmente en sus hijos. La iglesia y cada creyente como individuo constituye el templo santo de Dios, cada cristiano es una piedra que unida con otras, forman la casa espiritual donde Dios mora. En la carta de San Pablo a los efesios encontramos el diseño vivo, el cual Dios quiere plasmar en su iglesia, es el ejemplo perfecto, el modelo con todas sus dimensiones, el resultado final cuando los escogidos sean perfeccionados, aparte de esto no hay nada más. “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efesios 3:14-21) La medida de la iglesia es Cristo, su altura, su anchura, su longitud y su profundidad; son las virtudes, el carácter, la naturaleza divina y de vida de aquel que nos amó y que se dio por nosotros para lograr ese fin, el tener una esposa perfecta, hecha a su imagen y semejanza, para Él. Tres cosas que Dios mide en la iglesia. A partir de ahora quisiera centrarme en el versículo de Apocalipsis 11:1 donde podemos observar tres aspectos en los que Dios está interesado que como iglesia demos la talla. Son cosas que siempre las deberíamos tener en perspectiva, y como objetivos a perseguir, puesto que son lo que Dios busca en su pueblo. En primer lugar, Dios tiene interés en que el templo tenga la medida requerida. Aquí no se refiere la escritura a los templos que hacen los hombres con sus manos, de piedra, o de ladrillo y cemento. El templo del que se nos habla en este pasaje es la iglesia, compuesta por todos los redimidos por Jesucristo. Dios está trabajando en un templo del cual formamos parte todos los creyentes como piedras vivas y del cual Cristo es el fundamento. “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” (1ª Pedro 2:4,5) El lugar que Dios ha escogido para habitar es la iglesia, un templo espiritual formado por todos los que son sus hijos, así como en cada creyente en particular. La palabra de Dios nos habla con mucha claridad de la iglesia como su morada, así como de cada individuo como su templo. Esto nos puede parecer algo que ya sabemos y de lo que no hay necesidad de que se nos repita, ya forma parte del conocimiento evangélico y del argot cristiano, pero para la gran mayoría carece de sentido. ¿Por qué Dios toma las medidas del templo? Si él sabe quienes son los que lo conforman; el Señor conoce a todos los que son suyos y a aquellos que invocan su nombre de corazón. Dios sabe hasta que punto le estamos dando lugar en la iglesia y en nuestras vidas personales. El templo de Dios tiene sus límites, es lo que la presencia de Dios llena, el espacio donde mora es lo que lo delimita. La cuestión es ¿Qué lugar está ocupando Dios en la iglesia y en nuestro ser? ¿No es cierto que lo tenemos muy restringido? Existen muchas áreas donde le negamos el acceso, tenemos muchas habitaciones donde no le permitimos la entrada. Hay muchas cosas en las que aun no le hemos cedido el control de nuestra vida, de modo que Dios no encuentra como darse más a nosotros y como actuar libremente. El Señor ha hecho su morada en el espíritu de sus hijos que es el lugar santísimo, representado en la Biblia como el lugar más profundo y secreto del templo. Según el diseño del tabernáculo había tres divisiones: El atrio o lugar de reunión, el lugar santo y el lugar santísimo, separado este por un velo grueso. Era en el lugar santísimo donde la presencia de Dios se manifestaba para hablar con el sumo sacerdote. Sin embargo cuando Dios se hacía manifiesto era evidente sobre la totalidad del templo, todos podían observarlo. Otro asunto a considerar es, a saber, hasta que punto tenemos claro y hasta donde somos conscientes de los límites que constituye el templo de Dios. El templo como la ciudad de Dios tiene una muralla que establece los límites que rodean al pueblo de Dios y lo protege de toda intrusión del enemigo, también define con claridad la separación de aquello que es de Dios y lo que no lo es. Cuando las murallas están destruidas, los linderos no están claros, existe confusión, y los enemigos entran en la obra de Dios. En la actualidad es muy difícil definir o establecer quienes son en verdad el templo de Dios, quienes son la iglesia de Jesucristo, precisamente porque los límites han sido destruidos y se le está dando lugar en la iglesia a muchas cosas que no son de Dios. Lo primero que edificó Nehemías cuando llegó a Jerusalén fueron las murallas que estaban derribadas y restauró las puertas que estaban quemadas, para que así los enemigos no pudiesen entrar. Dios quiere ver esos muros de protección alrededor de su iglesia levantados, para que su pueblo esté seguro, y que la única puerta de entrada y acceso sea Jesucristo. La iglesia no puede tener ningún otro atajo por donde se pueda acceder para pertenecer a ella, sino la puerta estrecha que es Jesús. Existen obreros que por querer abarcar más de lo debido, o por obtener el reconocimiento de otros ministerios, o bien por perseguir metas que no son de Dios, o quizás por no ofender a nadie, ensanchan la puerta más de lo que es. Muchos, por conseguir tener un gran numero de miembros en sus congregaciones hacen lo que sea necesario, sin tener en cuenta lo que Dios quiere. Se adultera el mensaje del evangelio rebajándolo en su eficacia, se suaviza el mensaje de la cruz, no se habla del pecado ni de la necesidad del arrepentimiento, muchísima gente que asiste a las iglesias continúan en sus antiguos pecados y sin haber experimentado el nuevo nacimiento. Se entretiene a las multitudes para que no se vayan de la congregación, se les ofrece lo mismo que hay en el mundo pero en versión evangélica. No hay temor de Dios, y una gran mayoría de asistentes a las congregaciones no tienen nada claro la diferencia entre el bien y el mal, no distinguen entre su mano derecha y su mano izquierda, no tienen conocimiento de Dios. Aun siguen atados por sus antiguos hábitos pecaminosos, aun siguen siendo cautivos del príncipe de este mundo, porque continúan en desobediencia a Dios. “Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento; y su gloria pereció de hambre, y su multitud se secó de sed. Por eso ensanchó su interior el Seol, y sin medida extendió su boca; y allá descenderá la gloria de ellos, y su multitud, y su fausto, y el que en él se regocijaba.” (Isaías 5:13,14) En el templo de Dios se hallaba el Arca de la alianza, guardada en el lugar Santísimo; sobre el Arca estaba el propiciatorio, que era una tapa con dos querubines que rodeaban con sus alas el Arca. Dentro del Arca se conservaba las tablas de la ley, la vara de Aarón que reverdeció y el maná. Donde se encontrara el Arca ubicada estaba la presencia de Dios. La iglesia es la portadora del Arca de Dios y cada creyente en particular lleva con el su presencia morando. Dios ha escrito sus leyes en nuestros corazones, el nos ha dado el conocimiento de su voluntad; también nos ha dado a comer el verdadero pan del cielo que es Jesucristo y por el cual hemos recibido la vida divina, y por medio de su muerte y resurrección siendo nosotros incluidos en ella experimentamos el poder de una vida transformada y dedicada al servicio de Dios. Cuando estas cosas se pierden o consentimos en que los enemigos de Dios nos las roben, cuando desaparece el Arca, también se esfuma la presencia de Dios. Así que sería conveniente tomar la exhortación del apóstol Pablo que nos dice: “Guarda el buen deposito por el Espíritu Santo que nos fue dado.” Hay cuatro cosas que caracterizan al templo de Dios: La dedicación o consagración, el carácter santo del mismo, la oración y el servicio a Dios. El templo es la casa de Dios, el lugar donde el habita con preferencia, es el espacio dedicado en exclusiva para su morada. Es santo porque Él lo ha santificado mediante la sangre rociada de Jesucristo, y así debe permanecer, en santidad. Dios dijo: “Mi casa será llamada casa de oración” es el lugar de encuentro con Dios, de comunión íntima. Y es donde comienza y se realiza todo verdadero servicio a Dios. En segundo lugar, la medida de la iglesia está determinada por el altar. Esto representa en la vida del cristiano el sacrificio, lo que estamos dispuestos a entregar a Dios. En la antigüedad Dios había ordenado a su pueblo escogido que no podía faltar el sacrificio sobre el altar, para la expiación por sus pecados, ni tampoco las ofrendas de paz. Esos sacrificios de animales, los cuales no podían tener defecto alguno se hacían para restablecer la relación de los hombres con Dios. Sin derramamiento de sangre no era posible la remisión de los pecados, ni una reconciliación con Dios. Cuando Cristo entra en el mundo se ofrece como el Cordero de Dios para quitar los pecados de los hombres, llevándolos sobre si mismo en la cruz. Pero Jesucristo hace mucho más que ofrecerse así mismo en sacrificio, el se entrega sin reserva alguna al cumplimiento de la voluntad de Dios. “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.” (Hebreos 10:5-10) La vida de Jesús era una continua entrega en el altar de la voluntad de Dios, para al final de sus días sobre esta tierra, darse totalmente al instrumento de su muerte, como la ultima expresión de su obediencia al Padre. Dios quiere de cada uno de sus hijos que se entreguen sin reservas al cumplimiento de su voluntad, y sigamos de esta forma las pisadas de nuestro Señor. Dios no se contenta con menos de esto. La palabra de Dios nos dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1,2) ¿Cuál debe ser nuestro sacrificio a Dios? Según el pasaje que hemos leído, el de nuestros cuerpos, en una entrega de nuestras vidas, en una dedicación exclusiva. Esto es lo que significa “en sacrificio vivo”. Le ofrecemos a Dios no solo la carcasa de afuera, sino todo nuestro ser, nuestros sentidos, nuestra voluntad y nuestro espíritu. En el altar le expresamos a Dios nuestra consagración por medio de Jesucristo quien nos ha hecho santos por su sangre. De nosotros mismos no hay nada que Dios pueda aceptar, pero Dios nos ha aceptado en Cristo Jesús. Es la única forma de agradar a Dios, a través de Jesucristo. ¿En qué estado se encuentra el altar de Dios en nuestras vidas? ¿Está derribado? ¿Hemos abandonado el continuo sacrificio? ¿Existe siquiera un altar en el pueblo de Dios? Os ruego en nombre de Cristo que volváis ha renovar vuestro pacto con Dios, vuestro compromiso inicial, que piedra sobre piedra volvamos a edificar ese altar en ruinas. En el templo de Dios no puede faltar el altar del sacrificio, no podemos pretender seguir a Cristo sin pagar un alto precio. Ese altar representa la voluntad de Dios para cada una de nuestras vidas, y es todo aquello que hará que muramos a nuestra carne, al egoísmo, al orgullo, a los intereses propios. En el altar, así como en la cruz seremos atravesados por el sufrimiento, el dolor, para que todo lo que pertenece al hombre viejo sea destruido. El fuego descenderá del cielo sobre el sacrificio puesto sobre el altar de Dios, y Dios será glorificado y revelado como el único que tiene poder para dar vida nueva y hacer que resucitemos. Es posible, que como a Abrahán Dios nos pida que sacrifiquemos algo muy querido y apreciado por nosotros. Incluso tal vez, como le sucedió a él, que Dios le pidió al hijo de su promesa, algo que el mismo Dios le había dado. Dios probó su obediencia y Abrahán salió aprobado no rehusándole a su hijo. La palabra de Dios dice que este siervo de Dios tenia fe de que el Señor podía devolverle a su hijo aún de entre los muertos. Si deseamos mas de Dios, la única forma de conseguirlo es dándonos a él sin reservas. Es posible que debamos derribar otros altares donde el sacrificio que estamos ofreciendo no es para Dios. En el pueblo de Dios de la antigüedad existían los lugares altos, donde se encontraban altares en los que los antepasados de Israel habían sacrificado a otros dioses. Estos santuarios representan cosas que tenemos en gran estima, ídolos a los que adoramos, que no son necesariamente tallas de madera o de metal, puede ser un deporte, el dinero, la comodidad, el trabajo, los amigos, nuestras vidas, en los que el tiempo y nuestros afectos son gastados como prioridad. Esos lugares deben ser destruidos, quitados de en medio. De lo contrario nos desviaran de nuestra sincera fidelidad a Cristo. El Señor es el único que merece el sacrificio y entrega de nuestras vidas. Solo Jesucristo tiene pleno derecho a estar por encima de todo y de todos, y sobre toda nuestra existencia, porque como dice la escritura: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.” (Romanos 14:7-9) En tercer lugar, la medida de la iglesia está determinada por los que adoran a Dios. Dios tiene especial interés en conocer a aquellos que lo están adorando de todo corazón. Según las escrituras, Dios busca concienzudamente adoradores genuinos. “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:23,24) Nuestra motivación para adorar a Dios no a de ser por la diversión, o por el hecho de pasarlo bien. No es una verdadera adoración, cuando solo lo hacemos en los momentos felices de la vida, o cuando todo marcha según nuestros gustos. ¿Qué implicaciones tiene una adoración autentica? Primero, según el pasaje que he citado, a de ser espiritual, es decir, debe ser efectuada por medio del espíritu, con todo lo que esto conlleva. El espíritu es igual a la naturaleza de Dios, es esa parte de nuestro ser con la que hemos sido dotado mediante la regeneración, para que podamos tener comunión con nuestro creador. Como nos indica la palabra “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” Es a través del Espíritu de Dios en contacto con nuestro espíritu que recibimos la vida de Dios. Las escrituras dicen que la carne para nada aprovecha, es el espíritu el que da vida. Esto es especialmente cierto en la adoración. La adoración en el espíritu implica que seamos dirigidos por el Espíritu Santo, y conforme a la voluntad de Dios. En la carta de San Pablo a los romanos podemos ver como el Espíritu nos ayuda en nuestra tan gran debilidad de cómo adorar a Dios. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” (Romanos 8:26,27) Segundo, debe ser hecha “en verdad”. ¿Qué quiere decir esto? Por un lado, significa que debemos hacerlo en sinceridad, con honestidad y sencillez, expresando a Dios el sentir de nuestros corazones. Por otro lado, adoramos a Dios en verdad, cuando lo hacemos bajo la luz de Dios, impelidos por la palabra revelada de Dios. La palabra de Dios inspirada a nuestros corazones por el Espíritu Santo nos conduce a una adoración verdadera. La frase “en verdad” hace referencia a nuestra actitud, como también a la posición en que nos encontramos con respecto a Dios. Señala no solo la forma externa de cómo adoramos, sino la calidad con la que lo hacemos. La adoración debe abarcar todos los aspectos de nuestra vida, y debemos ofrecerla en todo momento y circunstancia, mostrando a Dios gratitud, fe y amor. Si queremos llenar la medida de Dios como adoradores, es necesario, es de importancia vital, que lo hagamos como Dios exige. ¿Estamos cumpliendo el plan de Dios, según el diseño que se nos está mostrando en la palabra? Debemos colaborar con Dios para que sus medidas se establezcan. Si algo no entendemos, pidamos a Dios sabiduría, él ha prometido darla. Dios quiere un templo santo donde morar, un altar en el que el fuego arda de continuo y un pueblo que lo adore de todo corazón.

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