jueves, 14 de junio de 2012

ALCANZANDO LA PLENITUD DE DIOS (ESTUDIO)


Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:14-19)

Un gran motivo de oración.
doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo”

En este pasaje tenemos la oración que San Pablo elevaba a Dios por los creyentes de Efeso. En su contenido encontramos expresada lo que es la voluntad de Dios no solo para los cristianos efesios, sino para toda la iglesia de Jesucristo.

Todos los cristianos debemos orar para hacer nuestras las expectativas contenidas en esta oración.
Es la voluntad de Dios que sepamos todo lo que se nos ha concedido en el ámbito de lo espiritual, de manera que lo podamos hacer nuestro y disfrutar.
En pasajes anteriores al que hemos leído y dentro de este mismo capitulo, se nos habla de un misterio que ha sido revelado, a saber el de que los gentiles somos coherederos y miembros de un mismo cuerpo y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.

En segunda de Pedro capitulo uno se nos menciona que, Dios nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad por su divino poder. También de que Dios nos ha otorgado preciosas y grandísimas promesas para que de esa forma seamos participes de su naturaleza divina.

En el pasaje que nos ocupa, San Pablo, como un albacea de la iglesia, está informando y declarando el testamento de la herencia que corresponde a los hijos de Dios.

¿Quiénes son los beneficiarios de estas riquezas? ¿Cuál es la abundancia de los tesoros espirituales? ¿Qué es esta fortuna espiritual a la que tenemos acceso? ¿Cómo la podemos disfrutar? ¿En que manera podemos ser llenos de toda la plenitud de Dios?
El apóstol da respuesta a todas estas cuestiones en este pasaje que vamos a estudiar.

La familia de Dios.
de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”

El propósito eterno de Dios siempre ha sido, el tener una familia de muchos hijos semejantes a Jesucristo.

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Génesis 1:26-28)

A causa de la desobediencia, los hombres se apartaron de Dios, perdiendo todo el derecho al disfrute de las promesas hechas. Perdieron su posición ante Dios, un lugar de reconocimiento y privilegiado, respetado por toda la creación; habiendo renunciado a su dignidad, la autoridad que se les había conferido se disipó.
Por mucho renombre, distinción o posición social que tenga una familia o individuo en esta tierra, no tiene derecho a las bendiciones de Dios, ni a formar parte de la estirpe celestial.
Si bien, es cierto, que en un sentido natural, como dice la escritura, Dios ha hecho a todo el linaje de los hombres de una sangre, y en esto no existe diferencia de razas o etnias, excepto en la disposición que muestran unos de otros en buscar a Dios.

Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.(Hechos 17:26-27)

Sin embargo, Dios no ha desistido en ningún momento de llevar a término su plan ideado desde la eternidad. Dios sigue queriendo tener esa familia, compuesta de hombres y mujeres semejantes a Jesús. Una raza de hijos que poseen la misma naturaleza espiritual de Dios, un linaje santo, un pueblo escogido.

Los herederos de las riquezas celestiales son, todos aquellos que han venido a ser miembros de la familia de Dios.
Todos los que han tomado el nombre divino de Dios, reconociéndolo como único Salvador, Dueño y Señor de sus vidas.
Para ser parte de la familia espiritual de Dios hay que nacer de ella, de otra forma sería imposible pertenecer a la misma.

A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:11-13)

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.(Juan 3:3-6)

Dios pone nombre a sus hijos, y eso los identifica diferenciándolos de aquellos que no lo son, el nos conoce por ese nombre que nos da.

Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.” (Isaias43:1)

Las riquezas de su gloria.
para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria”

A causa del pecado de desobediencia fuimos desheredados de todo lo perteneciente al reino de Dios, su gloria se desvaneció de nuestra existencia y caímos en una ruina espiritual.


La obra de redención llevada a cabo por Jesucristo, implica tanto el rescate de nuestras vidas, como la recuperación de la herencia espiritual y todo lo concerniente al reino de Dios. Satanás nos había despojado de todo lo perteneciente al reino de Dios. Pero Cristo en la cruz, despojó a los principados y a las potestades en las regiones celestiales para devolvernos todo lo que se nos había robado por su engaño.

El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32)

Dios desea compartir los tesoros de su reino con nosotros, riquezas incorruptibles, infinitas, inagotables, e imperecederas.
Las escrituras nos exhortan a no hacernos tesoros en la tierra donde todo desaparecerá en cualquier momento, sino en el cielo, porque esos no nos serán arrebatados.

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:19-21)

La palabra de Dios también nos alienta a que busquemos todo lo que el Señor ha logrado para nosotros si es que nos hemos identificado con él en su muerte y hemos resucitado a novedad de vida.
Las riquezas espirituales se encuentran en el lugar más alto, en las cimas más elevadas, allí donde solo Cristo ha llegado, junto al trono de Dios.
Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses 3.1, 2)

Nos llevaría muchísimo tiempo hacer un recuento de todo lo que Dios tiene preparado, de la abundancia y plenitud de sus riquezas, ni en toda la eternidad podríamos alcanzar a comprender toda la inmensidad de sus tesoros.
El apóstol San Pablo dijo:

A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo,” (Efesios 3:8)

Antaño, Dios mostró a sus siervos y profetas escogidos la visión de sus promesas, la herencia que tenía para su pueblo.
Dios guió a la nación que el había elegido, después de haberla liberado de la tiranía de faraón, hasta las fronteras de Canaán, la tierra que había prometido a Abrahán.
Con el fin de reconocer la posesión fueron enviados doce espías, los cuales volvieron con reportes asombrosos y trayendo consigo las pruebas irrefutables del fruto de la tierra, es cierto que también era un lugar poblado por gigantes.
Solo dos de los espías contemplaron la situación desde una perspectiva de fe, animando al pueblo a seguir adelante a la conquista de Canaán.
Dios les había prometido pelear por ellos las batallas, solo tenían que avanzar y tomar la herencia por fe.
Jesucristo es nuestro Canaán, nuestra herencia y posesión, la vida abundante que el nos ha prometido está a nuestra disposición, solo tenemos que tomarla por fe, con decisión y con determinación.
El rey David decía:

Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,
Y es hermosa la heredad que me ha tocado.” (Salmos 16:6)

¿Quién nos conducirá a esta tierra de Canaán? ¿Dónde están los hombres de fe que nos mostrarán sus frutos, porque ellos lo han gustado? ¿Dónde se encuentran esos siervos de Dios que enseñan a la iglesia, las riquezas de la herencia en Cristo y no sobre las riquezas de este mundo?

Contemplemos, y disfrutemos haciendo nuestras, algunas de las insondables riquezas de gloria que Dios nos ha concedido y que se mencionan en el pasaje que estamos examinando.

Fortaleza interior.
el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu”

Nosotros somos muy pobres en cuanto a la fuerza y la capacidad necesarias para vivir la vida cristiana. Ni aunque dispongamos de todos los recursos naturales, disciplina y conocimientos adquiridos, tendremos lo suficiente para lograr alcanzar las exigencias de la vida espiritual.
El que intenta lograr la madurez espiritual, o producir los frutos espirituales reuniendo todas sus fuerzas y empeño, el que procura ser victorioso sobre sus debilidades y sobre el pecado por si mismo, solo descubrirá la amarga derrota.
El secreto de la fuerza que necesitamos no la encontraremos en nuestra propia alma, quiero decir con esto en nuestra buena intención, determinación, o emociones.

San Pablo había descubierto por si mismo esta gran verdad, de que aunque su deseo era hacer el bien, no tenía el poder para llevarlo a cabo.

Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.” (Romanos 7:14-25)
El apóstol está hablando desde la perspectiva de un creyente nacido de nuevo, alguien que es salvo, pero que consciente de la contrariedad que está experimentando, entiende que existe en el una naturaleza pecaminosa que lo arrastra al fracaso.
Esta es una lucha interior que vive todo cristiano a pesar de que amen a Dios y deseen agradarle.
Debemos hacernos fuertes en el hombre interior, en el espíritu, si queremos ser más que vencedores.
Nos hace falta el revestimiento del Espíritu Santo que es lo que nos otorga el poder. Nuestro espíritu debe ser ungido, ese hombre interior debe ser hecho fuerte por la intervención del Espíritu Santo.

pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,

Es siendo conscientes de la presencia de Cristo que mora en nosotros por el Espíritu Santo, y dependiendo de él que somos fortalecidos.

Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.” (Efesios 6:10)

Necesitamos creer confiadamente que Dios es poderoso en nosotros y que el nos suplirá conforme a la riqueza y la abundancia de su fuerza.

El apóstol San Pablo aprendió el secreto de la fortaleza espiritual, de la entereza y firmeza que debe caracterizar a un cristiano. Aunque él pudiera sentirse débil e incapaz, afligido y rodeado de adversidad, enfermo y necesitado, dependía de la fuerza y poder del Señor.

Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2ª Corintios 12:9,10)

Es el mismo Señor quien revela a Pablo en una manera muy especial este principio espiritual por el que opera la gracia de Dios. Algunos podemos sentirnos fuertes, vigorosos y con ímpetu en muchos momentos, capaces de realizar cosas y dispuestos a comernos el mundo. Sin embargo la mayoría de las veces esto es solo debido a la fuerza de voluntad y una gran tenacidad, es el poder de nuestra propia alma. Cuando viene el conflicto o aparece la enfermedad, cuando descubrimos que la obra de Dios nos sobrepasa, entonces nos damos cuenta de nuestras limitadas fuerzas. Entonces averiguamos cuan débiles somos, experimentamos nuestra gran impotencia e incapacidad. El apóstol aprendió a gloriarse en esos momentos, el se frotaba las manos en esas situaciones, y se gozaba, porque era en esas circunstancias en las que de una manera muy particular Dios obraba poderosamente.
En este pasaje vemos como el Señor nos dice: “mi poder se perfecciona en la debilidad”. Entiendo que la palabra “se perfecciona” significa aquí que alcanza la madurez, que crece hasta su punto máximo, de manera que se hace evidente que el poder es de Dios, no meramente humano.
Cuanto más débil e incapaz nos sintamos ante Dios y sus demandas, y la tarea que tenemos por delante, la gracia de Dios actuará más libremente haciendo manifestar su poder en nosotros.

Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros,” (Efesios 3: 20)

Cristo morando en el corazón.
para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones”

La mayor riqueza que tiene un cristiano es a Jesucristo viviendo en su interior; es Él su más valioso tesoro. Es la gran perla preciosa por la cual merece la pena vender todo lo que uno pueda tener para adquirirla. Es el tesoro que un hombre encuentra y renuncia a todo lo demás por obtenerlo.
Cristo ha hecho su residencia, y ha tomado posesión de aquellos que han entregado sin reservas sus vidas a Dios. Esto es mucho más que un adorno, o un bonito mueble que luce en nuestras casas y al que quitamos el polvo y lo enseñamos de vez en cuando a otros. Significa que es más que alguien al que hemos invitado por una temporada a quedarse con nosotros, y le hemos restringido a una zona de donde no se puede mover, ni acceder por todos los lugares de la casa.

No es posible experimentar la riqueza de tener a Cristo morando en el corazón si Él no tiene pleno control en nuestras vidas, si no es el dueño y Señor absoluto.

Esta gran verdad del Cristo presente era un misterio que había permanecido oculto por siglos a los creyentes del antiguo testamento, pero que Dios nos lo ha revelado y dado a conocer a nosotros. Esta riqueza no la tuvieron los antiguos, ni pudieron disfrutarla, porque Dios la tenía reservada como una herencia para los que íbamos a ser el fruto directo de la vida y obra de Cristo.
Creo que muchos creyentes no son plenamente conscientes de lo que significa y representa el hecho de que Jesús habite en sus corazones.

el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,” (Colosenses 1:26,27)

Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros,” (2ª Corintios 4:6,7)

Por un acto de fe, Jesucristo vino a vivir a nuestro corazón, así fue como lo recibimos por primera vez como al Dios invisible. A través de la oración de fe lo aceptamos como Salvador y Señor de nuestras vidas.
Es también por fe que podemos entender que él habita y permanece con nosotros. La fe es el recurso espiritual que Dios nos ha concedido para que podamos discernirlo, para que por medio de ella pueda sernos tangible y le experimentemos de manera muy real.
Este habitar de Cristo lleva implícito su Señorío y control en cada área de nuestras vidas. Si él no es el dueño y soberano de todo, si no nos estamos dejando gobernar por su voluntad, entonces no está muy claro que él more con nosotros.
Es necesario que nos apartemos de toda actitud que resista y coarte la libertad de acción del Señor en nuestros corazones.
El temor de no saber que nos puede exigir, la preocupación de que nos demande algo que no podamos entregarle constituyen un obstáculo para su actuación y su obrar.
Esta manera de pensar procede del mismo diablo con el objeto de bloquearnos, a fin de impedir que no avancemos en la vida espiritual.
Comprendamos que Dios nos ama; que cualquier demanda que nos haga, todo lo que permita que nos suceda en cualquier ámbito de la vida es por amor. Dios lo tiene todo preparado en su sabiduría, hasta el más mínimo detalle, para que seamos formados y crezcamos a la estatura del carácter de Cristo.

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” (Romanos 8:28,29)

Si sabemos que Dios nos ama, como es así sin lugar a dudas, y si nosotros le amamos a Él, no hay nada que temer.

En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” (1ª Juan 4:18)

Hemos leído también en la carta de San Pablo a los colosenses capitulo 1, que Dios nos ha dado a conocer las riquezas de su gloria de este misterio que es Cristo en nosotros la esperanza de gloria.
Esta gran riqueza es la cercanía del Hijo de Dios, su presencia espiritual morando en cada uno de sus santos, aquellos que lo han creído y recibido.

Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.” (Juan 14:22,23)

En este pasaje del evangelio de San Juan, Jesús hace referencia a la manifestación de su presencia en los creyentes, o para ser más exacto en aquellos que lo aman y guardan su palabra poniéndola por obra. El Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo vienen a hacer su morada, a habitar en cada cristiano. Dios en toda su deidad y plenitud, Dios Todopoderoso, El Admirable, el Consejero, el Padre eterno, el Príncipe de paz viviendo en nosotros.

Ahora bien, la voluntad de Dios es que seamos llenos de su plenitud, que el lo abarque todo, que lo llene todo en nosotros. Como dice en otra escritura, que seamos perfectos y cabales sin que nos falte cosa alguna de todo aquello que Dios nos ha concedido.

¿Cómo podemos llegar a esa abundancia? ¿En que manera vamos llegar a ser llenos de la plenitud de Dios?

Hasta ahora hemos podido ver por las escrituras que los que tienen acceso y derecho a las riquezas de Dios son la familia de Dios, sus hijos espirituales. Hemos hablado del carácter y la naturaleza de las riquezas en gloria, que no se trata de meras posesiones materiales, sino de toda riqueza de índole espiritual lograda por medio de la obra de Cristo. También hemos mencionado según el pasaje, cuales son algunas de estas riquezas de la herencia que se nos ha concedido, como la fortaleza interior y el hecho de la presencia de Cristo morando en nuestro corazón.

Pero lo más relevante y que constituye el meollo del tema que estamos tratando es la idea o principio de la última proposición que hemos apuntado. Jesucristo habitando en nuestros corazones.

Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que,”

El fundamento de la vida cristiana, la experiencia y el crecimiento, el progreso en el conocimiento de Dios y el ser llenos de su plenitud, parten de aquí, de Cristo viviendo en nuestro ser.
Este “a fin de que”, es decir, “con la finalidad de”, o “con el propósito de que” es la transacción que hace Pablo para mencionar seguidamente el proceso y los logros que podemos alcanzar desde esta realidad.
De modo que el apóstol pasa a mencionar ahora de que manera, y como en base a nuestra relación con este hecho, el Cristo morando en nosotros, vamos a alcanzar la plenitud de Dios.

De manera que observemos en primer lugar, que Cristo nos habita con el fin de establecer una relación intima y profunda con cada uno en particular. “ a fin de que, arraigados y cimentados en amor,” La idea es que como un árbol que profundiza la tierra con sus raíces para tomar de ella las sustancias que necesita y alimentarse, así el cristiano plantado en Cristo, hecha sus raíces en una intimidad, en una relación de amor cada vez mas intensa y significativa con él. Estas dos palabras “arraigados y cimentados” nos hablan también de una firmeza, la del árbol que al estar cada vez mas profundo en la tierra es a su vez más firme, y la del edificio que al estar establecido sobre un buen cimiento o fundamento, será resistente a todas las inclemencias del tiempo. Esto implica que toda nuestra vida espiritual y su desarrollo dependerán de que tipo de relación tengamos con Cristo.
La vida cristiana no se basa en un sinnúmero de normas e imposiciones morales, sino en una relación de amor y de comunión con el Señor. Es una entrega constante de Jesús a nosotros y de nosotros a él.
Jesús nos menciona este mismo punto del que hablamos, en el capitulo 15 de San Juan:

Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:4,5)

En este pasaje de Juan tenemos el mismo principio que en efesios, el de Cristo morando en nosotros. Está expresado en forma de mandato para que entendamos que tenemos una participación, que de alguna manera somos responsables en la experiencia práctica de esta maravillosa realidad.
Permaneced en mí, y yo en vosotros.” El Señor apela a nuestra voluntad santificada y a nuestro espíritu, para que persistamos, para que continuemos en la posición en que hemos sido colocados. Esto significa que es posible, que por nuestra entrega y la rendición de nuestra voluntad a la suya, en la unión de la voluntad de Dios con la nuestra, podemos vivir de continuo en la presencia de Dios.

El Señor nos explica también en este pasaje que el fruto espiritual que podamos producir, es decir, que todas las obras que agradarán a Dios en nuestras vidas, serán solo el producto de la vida de Cristo fluyendo en nosotros. Absorbamos la sabia de Cristo que es su vida morando en nuestro interior, tomemos de él todo cuanto necesitemos, por fe.
Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1ª Corintios 1:30,31)

Cristo es nuestro todo, en él está toda la plenitud de la deidad, él es todo cuanto necesitamos. Dios no nos da un poquito de aquí y otro de allí, el nos ha dado a Cristo y junto con él todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad.

De aquí pasamos a exponer el siguiente punto que nos menciona San Pablo en el versículo 18; “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,”

Hemos tratado anteriormente sobre como la vida de Cristo se manifiesta en la vida individual de cada creyente, Cristo habitando y dándose así mismo a cada uno de nosotros. Esto es una gran revelación de la verdad de Dios, una realidad que hacemos nuestra por la fe y que cuanto más profundizamos en esta relación con Cristo se hace más tangible y mejor la percibimos.
Sin embargo debemos entender que no podemos ser llenos de toda la plenitud de Dios fuera de la comunión y de la participación de los santos. Dios nos llena de su plenitud en la medida en que en nuestro espíritu, y a través de el entendimiento espiritual comprendemos todo lo que el nos ha provisto.
No obstante no podemos encontrar el significado de la revelación de Dios, no la podremos entender completamente, fuera del contexto de la iglesia.
Como miembros del cuerpo de Cristo somos participes de toda la plenitud de Dios, ahí es donde él nos capacita y nos llena del pleno entendimiento espiritual.
Dios ha revelado sus misterios a la iglesia a través de la historia y por medio de sus santos, todos los que nos han precedido y que aun en la actualidad están viviendo. Necesitamos de ellos, de sus testimonios, de sus ministerios y dones con los que Dios les ha utilizado; procuremos saber como alcanzaron el conocimiento de Dios, observemos su conducta, como lograron la madurez y como sirvieron a Dios.
Desde los profetas del antiguo testamento, los patriarcas de la fe y pasando por los apóstoles, y siguiendo por todos los creyentes de todos los tiempos Dios ha estado plasmando su voluntad y revelando sus secretos, el ha derramado su plenitud en su pueblo, sobre su iglesia.
Podemos encontrar banderas que están colocadas por todo lo que es la pendiente a los lados de las cumbres espirituales, señalando aquellos lugares que muchos de nuestros hermanos han alcanzado en su experiencia espiritual, y si prestamos atención podemos oírles gritándonos y alentándonos, e invitándonos a aprovechar el legado que nos han dejado.

y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. (Efesios 1:22,23)

Solo la iglesia en su conjunto puede abarcar y contener toda la plenitud de Dios, Él se revela abundantemente en la pluralidad del cuerpo compuesto por sus numerosos miembros.
Es en la integración de la iglesia y la interacción de todos los creyentes, es mediante nuestra comunión con otros cristianos que vamos a comprender “cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,”

Las dimensiones de la experiencia espiritual son muy extensas y amplias para que un solo individuo las pueda alcanzar en su totalidad. Pero el Señor ha derramado toda su abundancia, su gloria, sus riquezas y sabiduría sobre la iglesia, la cual es su cuerpo la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. En la comunidad cristiana el Señor suple a cada individuo todo lo que pueda faltarle de modo que llegue a estar completo.

En este proceso por el cual vamos adquiriendo todo lo que Dios nos ha dado y estamos siendo llenos de la abundancia de Dios. Debemos comprender que toda la obra de Cristo en su vida, muerte, resurrección y ascensión, así como en su manifestación presente en la iglesia y vida de cada creyente. Todo lo que Dios ha hecho y pueda hacer por nosotros, obedece al amor de Dios. Y no hay mayor expresión de este amor que el habernos entregado a su Hijo Jesús, no existe un don mayor que este.
Es por eso que en el versículo 19 de efesios el apóstol continúa diciendo, “ y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”

Entendiendo que estamos en Cristo y Él en nosotros y que somos conscientes de ello, que pertenecemos a una comunidad de amor que es la iglesia, donde amamos y somos amados. Que estamos como hemos mencionado, arraigados y cimentados en amor. Prosigamos en conocer este amor de Cristo, vayamos mas profundo en esta intimidad con el Señor. Sigamos hacia la perfección en esta relación con Cristo, este es el camino, conocer su amor, apropiarnos de Él. No es suficiente para tener la plenitud de Dios desear sus dones o recibir todas aquellas cosas que Él nos da, necesitamos poseerle a Él, experimentar su amor en plenitud.
Este amor sobrepasa y excede a cualquier otro conocimiento, está muy por encima de toda sabiduría. Amar a Cristo debería ser nuestra mayor prioridad, no como una imposición, sino como el resultado espontáneo del efecto que produce su entrega hacia nosotros. Le amamos porque el nos amó primero.
Es teniendo en cuenta todo lo que San Pablo nos expone en este pasaje, y principalmente este último punto que nos habla de conocer el amor de Cristo, que seremos llenos de la plenitud de Dios.

Pedro Jurado

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