sábado, 23 de junio de 2012

LA RESTAURACION DEL CRISTIANO (MENSAJE)



Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca.” (Jeremías 15:19)

Dios se está dirigiendo con estas palabras de una forma precisa y directa a Jeremías, un profeta escogido, un creyente comprometido. Algo no andaba bien con el siervo de Dios cuando es interpelado con este mensaje que apunta derecho a su corazón.
En los versículos anteriores se deduce que Dios estaba tratando con él, y de esto era muy bien consciente Jeremías. Dios lo disciplinaba por medio de la oposición y persecución de los hombres, también a través del sufrimiento de alguna enfermedad. El se sentía menospreciado y menguado, se encontraba solo e indignado.
Todo esto que estaba viviendo parecía estar justificado por el propio profeta, quién veía injusta la situación que atravesaba, pues él era un simple instrumento de Dios ¿Cómo es que todo se volvía en contra de él?
Bajo mi punto de vista, el ministerio y la autoridad de Jeremías era incuestionable, y en cuanto a su conducta irreprochable. No obstante era un hombre de carne y hueso, y con un alma, así como con ciertas debilidades en su naturaleza y carácter. El tenía un corazón como el nuestro, una voluntad propia, pensamientos, y emociones tan complejas como la de cualquier ser humano. Como hijo de Adán era heredero de la misma naturaleza pecaminosa que todos nosotros.
Sin embargo Jeremías tiene su corazón abierto ante Dios y está dispuesto a oír lo que Él le tiene que decir, él entiende que puede estar siendo engañado por su propio corazón y que puede existir algo que esté mal y de lo que no se está percatando.
Jeremías conoce la importancia de mantener una relación correcta con Dios, como siervo de Dios e instrumento que es, y para poder seguir siendo usado, debe tener cuidado de si mismo. El profeta es como una potente luz que brilla en medio del pueblo de Dios, nada debe ocultar esa luz, ni bajar la intensidad de su resplandor.
También cada cristiano a de alumbrar sin que existan pantallas que lo opaquen, ni cortocircuitos que lo fundan, ni nada que lo oculte.
Analicemos con detalle las palabras de Dios dirigidas a Jeremías para volverlo a traer a un estado de restauración, con todas las implicaciones que esto puede tener según se desprende del pasaje que nos ocupa.

Conversión o vuelta hacia Dios. “Si te convirtieres”

¿En que aspectos o en que sentido puede necesitar un cristiano convertirse?
La palabra conversión viene del griego: epistrophë = volverse a.

Hay muchos momentos en la vida de todo creyente en los que debe volverse a Dios de nuevo y convertirse. El crecimiento, la madurez espiritual, va sucediendo paso a paso en los cristianos a medida que enfrentan y responden a estas crisis positivamente. La conversión no es sólo una experiencia inicial de la vida cristiana en la cual nos entregamos a Jesucristo, eso fue nada mas el comienzo. La palabra de Dios está repleta de abundantes ejemplos en los que el pueblo de Israel y la iglesia son llamados al arrepentimiento y la conversión.

Existen tiempos en los que debemos volvernos a Dios de nuestro error, o de una postura equivocada o tal vez de actitudes contrarias a su carácter. Esto puede significar a veces que tengamos que renunciar a nuestro derecho de sentirnos ofendidos, aun habiendo motivos justificados y a pesar de que podamos tener razón.
También puede significar que debe haber un cambio en nuestra manera de pensar negativa respecto a las circunstancias que estamos viviendo. En muchas ocasiones necesitamos convertirnos a Dios en cuanto a nuestra continua resistencia al trato que El nos da. No estamos entendiendo lo que él hace con nosotros, y no lo aceptamos, sin embargo todo eso representa lo que en su sabiduría necesitamos.
Es muy importante que comencemos cuanto antes a entender los tratos de Dios, ha comprender sus caminos. En determinados momentos no vamos a intuir lo que nos está sucediendo, pero aún así podemos echar mano de la fe y confiar en Dios.

Una de las tentaciones más fuertes y sutiles en las que puede caer el siervo de Dios, así como cualquier creyente es en la autocompasión. El puede estar cediendo a esta actitud que constituye un gran estorbo espiritual y que impide la realización de la voluntad de Dios. Una disposición de conmiseración puede parecernos algo inocente, sin embargo es muy paralizante y destructiva. Cuando el apóstol Pedro le dijo al Señor que tuviera compasión de si mismo, el Señor lo reprendió con duras palabras diciéndole: “Apártate de mi Satanás que me eres tropiezo porque no pones la mira en las cosas de Dios sino en la de los hombres.”
Si queremos ser restaurados es necesario que dejemos de auto-compadecernos, y de mirarnos a nosotros mismos y de estar lamiendo continuamente nuestras heridas. Es de vital importancia que aborrezcamos esta actitud, y pasar de vernos como victimas de todo y de todos, a creer que estamos en las manos de Dios y en su perfecta voluntad.

Dios quiere restaurarnos, pero el volvernos a Él, el que cambiemos en cosas como las que he mencionado hasta ahora es un requisito necesario.

Otra actitud de la que debemos volvernos a Dios es de nuestra “santa indignación”. Nos sentimos contrariados porque otros no ven las cosas como nosotros las vemos, o no aceptan nuestras opiniones o tal vez no reciben las palabras que Dios nos ha dado y que en verdad son palabras de Él. Debemos entender que los que no acogen el mensaje de Dios lo están rechazando a Él y no a nosotros. La responsabilidad del siervo de Dios termina en el momento que ha transmitido el mensaje; las respuestas de cada uno y sus reacciones las juzgará Dios. El obrero de Dios no debe contender, ni imponer, ni tiene que pelear con la gente para que reciban sus palabras.
Tampoco el siervo de Dios debe proferir juicios de condenación, ni sentenciar, ni maldecir a nadie cuando es rechazado. Esta práctica puede llegar a ser muy común en algunos, pero no es conforme al Espíritu del Señor. Proferir maldiciones cuando alguien no acepta nuestro ministerio, o se va de nuestra obra, o como se suele decir sale de debajo de nuestra autoridad y cobertura espiritual.
El Señor nos ha ordenado bendecir a todos, aún a nuestros enemigos y no maldecir. Muchos creyentes se deben volver a Dios de este terrible pecado que es juzgar a los demás. Algunos objetan a esto, que a aquellos que se les opusieron y a los cuales profetizaron que les sucederían calamidades les acontecieron en verdad. Pues tal hermano que me criticó y se marchó de la iglesia acabó divorciándose, o aquel otro se murió de cáncer, o a ese otro le atropelló un camión, y a aquella hermana le cayó un meteoro en la cabeza y fue fulminada. ¿No se ha preguntado usted que tal vez ese obrero tiene más de brujo y adivino que de siervo de Dios?

Cuando los discípulos de Cristo quisieron maldecir, haciendo que descendiera fuego del cielo sobre una ciudad que no les recibió, Jesús les reprendió diciéndoles: “Vosotros no sabéis de que espíritu sois” Que confundidos estaban los discípulos del Señor, parece que no hubieran aprendido nada. Misericordia quiero y no sacrificio dice el Señor. Todos queremos recibir un trato amoroso y comprensivo, sin embargo cuando se trata de los demás, no parpadeamos para ser los primeros en arrojarle piedras y lapidarlos.
Cada uno debe examinarse bajo la luz de la palabra de Dios, para ver de qué espíritu es y entender bajo la influencia de que sabiduría está actuando.

¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” (Santiago 3:13-18)

Algunos creyentes deben convertirse a Dios de su engaño de infalibilidad. Bien por la posición o por la autoridad que ostentan creen que nunca se equivocan. Piensan de si mismos que son intocables, o de todas maneras actúan como si lo fueran. No están sometidos ni sujetos a nadie, están en la cúspide solitaria del poder.
En la iglesia del Señor debemos estar sujetos los unos a los otros y sometidos a nuestra cabeza que es Cristo.
Indiscutiblemente, nos hemos de convertir a Dios de todos nuestros pecados, ya sean de la carne o del espíritu. Pecados de orgullo y engreimiento, de falsa humildad, deseos de protagonismo, etc.
Es necesario dar lugar a que el Espíritu Santo nos convenza profundamente y no resistirlo, porque el Señor quiere obrar maravillosamente en cada uno.
El Señor quiere repetir de nuevo el milagro que hizo en las bodas de Canaá, convertir el agua en vino. Dios desea que nuestras vidas aguadas se conviertan en vino. De ser creyentes insípidos e incoloros a una vida de gozo y llena del Espíritu Santo y de fruto.

Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios. Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta, herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud. (Jeremías 31:18,19)
Para ser restaurados es necesario que nos volvamos de nuevo a Dios, reconociendo nuestras faltas, en arrepentimiento profundo y avergonzados por nuestros pecados. Si no sentimos esto, siempre podemos apelar al Señor para que el produzca semejante actitud. Hemos leído como Efraín le dice a Dios: “Conviérteme y seré convertido”. El Señor puede poner esta disposición en nosotros y hacer que nos volvamos a Él.

La restauración. “Yo te restauraré”

Es el Señor mismo quien nos restablece, Él restituye nuestras vidas desechas al lugar y en la manera en que deben estar. Dios nos salva y nos sana, nos perdona y nos libera, colocándonos de nuevo en el sitio que nos corresponde.
La restauración que hace el Señor abarca toda nuestra vida espiritual, así como nuestra alma y nuestros cuerpos.
Dios nos vuelve a nuestra posición de hijos, en el sentido de la recuperación de los privilegios que conllevan esa identidad.
Él nos ha hecho herederos y coherederos juntamente con Cristo, y participantes de los tesoros espirituales de su reino.

Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.” (Lucas 15:20-24)

Pero aun mas importante, a mi entender, es que por encima de todo esto el Espíritu Santo nos da testimonio confirmándonos en nuestra identidad de hijos de Dios.

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Romanos 8:16)

¿Qué mejor posición e identidad podemos tener que esta? ¡Alegrémonos y gocémonos en ese hecho verdadero¡

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;” (1ª Juan 3:1)

Al darnos la vuelta hacia Dios y convertirnos, nuevamente somos restaurados en nuestro espíritu y alma a la comunión con Él. Las barreras y obstáculos que impedían nuestra oración son quitados y adquirimos la certeza de que Dios nos está escuchando. Todo es un nuevo comienzo, el anhelo de conocer a Dios aparece y el hambre de escuchar su palabra retorna otra vez a nosotros. Somos fortalecidos y renovados en nuestro hombre interior por su Espíritu.
Otro aspecto de la restauración es que somos restituidos a la comunión de los santos en la familia de Dios. La luz de Dios vuelve ha iluminar nuestro camino, y al paso nos encontramos con los hijos de Dios, los que invocan el nombre de Jesucristo.

pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1ª Juan 1:7)

Nos alegramos, (como el salmista expresa) con los que dicen a la casa del Señor iremos.
Buscamos a partir de entonces la reunión con otros creyentes, para la mutua edificación y la adoración a Dios.
Otra consideración es que la imagen de Cristo, su carácter y semejanza es restaurado en nosotros. El comienza otra vez a moldearnos y a quitar toda distorsión y defectos que la empañan. Cristo crece en nuestro interior y la transformación se inicia y va progresando sin que lo percibamos. Los frutos de su Espíritu empiezan a aparecer como adornos en nuestras vidas: el amor, el gozo, la paz, el carácter templado, la bondad. Pero todo esto lleva su tiempo, no sucede de la noche a la mañana, necesitamos seguir consintiendo que Dios trabaje con nosotros en una actitud de rendición completa a sus maneras.

Un asunto a tener en cuenta es, que no deberíamos esperar que las circunstancias que nos rodean y las situaciones que no están en nuestro poder cambiarlas varíen de un día para otro. Dios puede estar considerando que aun necesitamos permanecer por algún tiempo donde nos encontramos, y en su sabiduría aguarda hasta ver oportuno el momento del cambio. Pidámosle mejor a Dios que nos permita ver su mano y que podamos entender su propósito en todo.

Dios puede restituirnos en su misericordia cosas que hemos perdido o tal vez no; quizás Él tenga otros planes que desconocemos aún. Confiemos en que Dios sabe mejor que nosotros aquello que nos conviene. Nuestra propia visión es muy corta, y nuestras expectativas limitadas, Él obrará conforme a su poder y conocimiento.
Por tanto, esperemos que su voluntad sea hecha, como en el cielo así en nuestras vidas y mientras estamos sobre esta tierra.

Vivir en su presencia. “y delante de mi estarás”

La restauración nos conduce hasta la misma presencia del Señor. No hay mayor señal de nuestra restitución que morar delante de Dios. Una rehabilitación no es completa si no somos colocados ante nuestro Dios, donde le podemos contemplar y saber por la experiencia que el nos está rodeando con su amor.
Debemos poder declarar con fe como hicieron los profetas de Dios: “Vive Jehová en cuya presencia estoy.”

El rey David decía:

Detrás y delante me rodeaste,
Y sobre mí pusiste tu mano.
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
Alto es, no lo puedo comprender.” (Salmos 139: 5,6)

Todos los creyentes deben tener este conocimiento maravilloso de Dios, y saber vivir en su presencia continuamente. No deberíamos parar en nuestro avance espiritual hasta encontrarnos en esta posición. Esta es la cumbre de la vida cristiana, el monte de Dios, un lugar donde Dios quiere que estemos y que no nos será arrebatado. Esta es la mejor parte de la que Jesús le hablo a Marta y que María había escogido, esto no se nos quitará.
El Señor quiere llevar a cada uno de sus hijos a este punto en el que estén en su presencia y consciente de ella en todo momento. Para que desde esta posición privilegiada le sirvamos entendiendo que el está con nosotros.

No sería correcto pensar que por el hecho de habérsenos devuelto ciertas cosas materiales o por haber sido colocados de nuevo en alguna posición visible está todo arreglado en nuestras vidas. Nos equivocamos si juzgamos nuestro buen estado espiritual o el de los demás por la prosperidad aparente o por la posición que ocupan.
Lo más importante en la vida cristiana y en la experiencia espiritual, aquello que en verdad nos enriquecerá sobremanera, es estar en la presencia de Dios, saber que le tenemos a Él. Todo lo demás que se nos pueda añadir debe partir o tener su origen desde esta realidad espiritual. De otro modo no estaremos disfrutando de todo aquello que Dios pueda hacer en nosotros, o por mediación nuestra, ni tampoco apreciaremos en su plenitud las bendiciones que nos da.
La bendición de Jehová es la que enriquece,
Y no añade tristeza con ella.” (Proverbios 10:22)

No existe nada en el mundo visible o invisible, no hay don, ni regalo que Dios nos pueda dar, que pueda compararse con el hecho de darse a si mismo a nosotros. Y desde luego ninguna otra cosa puede satisfacer tanto el corazón como Dios mismo, presente y dándose continuamente a nosotros. A esto es a lo que hace referencia la frase “y delante de mí estarás”, este es su significado más inmediato.
Por supuesto que hay mucho mas que se podría decir al respecto, no obstante si pudiéramos captar y comprender que toda la experiencia cristiana, que el hacer nuestro los propósitos de Dios, todo el conocimiento que vayamos a adquirir de Dios, parten de estar su presencia.
Todo el avance espiritual, la madurez cristiana, el que Dios nos pueda usar eficazmente tiene su proceso y es llevado a cabo cuando nos asimos de este principio establecido por Dios mismo, que el vive en nuestros corazones.
El Señor le dijo a Abrahán, el padre de la fe, unas palabras que son validas para todos los creyentes:
Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto.” (Génesis 17:1)
Abrahán era un hombre con todas sus limitaciones, un hijo de Adán nacido en pecado como todos nosotros. Pero Dios se dirige a él de esta manera “Yo soy el Dios todo poderoso”, el que te ha llamado y te ha escogido y que va a llevar a cabo su propósito en ti. El es el Dios para el que no hay nada imposible, que puede hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos.
¿Pero en que manera iba a dar Dios cumplimiento a sus promesas hechas a su siervo? Pues sigue diciendo el versículo: “anda delante de mi y se perfecto”, Dios le pide que viva en su presencia, que en todo cuente con Él y que estando delante de Él sea perfecto.
No es posible vivir una vida cristiana que agrada a Dios sin depender de su presencia, sin ser conscientes de su gracia manifestada en una relación muy cercana, y desde donde su omnipotencia es liberada a nuestro favor para tener una vida que le da honra y gloria a su nombre.

Estar delante del Señor implica que Él nos sostendrá y nos suplirá todos los recursos que necesitemos. Cuando en la antigüedad los reyes concedían a alguien el privilegio de estar cerca de ellos, se daba por hecho que cada día podían comer de su mesa y de la misma porción que los reyes y que también serían cubiertos y suplidos en toda necesidad. Así también el Señor, nos suple conforme a sus riquezas en gloria.
El rey David decía de Dios:

Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,
Y es hermosa la heredad que me ha tocado.” (Salmos 16:5,6)

Estar delante de la presencia de Dios involucra que el nos capacitará y que seremos investidos con la autoridad y el poder de Dios. Es la presencia de Dios lo que marca la diferencia en todo lo que hacemos, el saber que está de nuestro lado y que nosotros estamos del suyo y haciendo su voluntad. El llevar a cabo la obra de Dios así como cualquier cosa que el disponga sabiendo que lo haremos contando con Él y desde la posición de su compañía nos sostendrá en los tiempos difíciles.
Cuando Dios le encargó a Moisés conducir a su pueblo por el desierto hasta la tierra prometida, él se sintió desbordado y se vio incapaz de poder hacerlo. Este hombre de Dios se encontró también solo ante esa gran tarea que Dios le demandaba.

Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.” (Éxodo 33: 12-15)

Dios le declara que lo acompañaría en todo el trayecto, que su presencia estaría con él y que le daría descanso. ¿No es cierto que todo pesa menos cuando sabemos que Dios esta con nosotros? ¿No es verdad que experimentamos un descanso, una paz y una renovación de nuestras energías cuando estamos en la presencia de Dios?

Separación. “y si entresacares lo precioso de lo vil.”

La acción de “entresacar” constituye una de las labores principales en la obra de Dios. Con el objeto de mostrar su obra, lo que es suyo, lo que el aprueba y lo que le agrada, Dios separa y divide. Él ha separado la luz de las tinieblas, Él separará las cabras de las ovejas, Él separará la paja del trigo, a los escogidos de los que no lo son, el espíritu de la carne y lo santo de lo impuro. La escoria debe separarse del oro para que luzca y tenga valor.
Las escrituras nos dicen que Dios ha puesto su tesoro en vasos de barro. Y Él desea que esa gloria suya brille, que la riqueza que nos ha dado reluzca en nuestras vidas.
El Señor quiere eliminar toda suciedad de nuestro ser, que todo lo carnal sea cortado y separado de lo espiritual.
Esto es algo que debemos hacer nosotros con la ayuda de Dios, pues somos sus colaboradores “haced morir pues lo terrenal en vosotros”.
Es muy importante que sepamos distinguir bajo la luz de Dios entre lo carnal o natural de lo espiritual.
En la carta a los hebreos se nos habla del instrumento que Dios usa para realizar esta separación y hacer esa distinción.

Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hebreos 4:12)

En el evangelio de Mateo encontramos también unas palabras de Jesús que hacen alusión ha este mismo tema.

El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas.” (Mateo 12:35)

El cristiano se debate entre dos naturalezas que quieren dominarlo una interior y espiritual, llena de los tesoros de Dios como el amor, la paz, la humildad, la santidad etc. y otra mas exterior y sensual, carnal y natural, habituada al pecado. La voluntad de Dios es que seamos gobernados por el espíritu que es el que lleva su imagen impresa, que toda nuestra vida sea controlada por ese nuevo hombre creado en Cristo Jesús.

En el pasaje que sigue a continuación se nos menciona también la importancia de una limpieza y separación en el cristiano con la idea de poder ser un instrumento del Señor.

Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.
Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.” (2ª Timoteo 2:19-22)

En esa gran casa que es la iglesia existen diferentes tipos de vasos, (muchos son los llamados pero pocos son escogidos) pero no todos son útiles al Señor. Solo son usados los que viven apartados de iniquidad, los que se han limpiado de contaminación, y aquellos que siguen la justicia, la fe, el amor y la paz e invocan al Señor con un corazón limpio. Si andamos así delante del Señor seremos transformados, la naturaleza divina nos envolverá y brillará y la gloria de Dios resplandecerá en nosotros. Esto nos lleva a la última consideración del texto que estamos analizando.

Validos para ser usados. “serás como mi boca”

Que privilegio y dignidad nos concede Dios, Él nos hará como su boca. Dios expresa su palabra y expira su aliento por ella. Seremos instrumentos útiles al Señor para llevar a cabo su obra. El testimonio de Dios será dado en forma eficaz y poderosa a través nuestro. A que mejor propósito o vocación podemos aspirar en la vida que ver manifestarse la voluntad de Dios y realizarse por mediación nuestra.
Siendo como la boca del Señor estaremos viviendo una experiencia profética y poderosa. Dios cumplirá lo que Él determine hacer por nosotros, nuestro trabajo en el Señor no será en vano. Ninguna de sus palabras caerá a tierra de todo lo que Él nos hable o pueda decir por nuestro medio, sino que dará su fruto.
La sabiduría de Dios estará en nuestros labios, la palabra a su tiempo, el evangelio de salvación. Cerca nuestra estará la palabra, en nuestra boca y en nuestro corazón, la palabra de fe que predicamos.

Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado” (Isaías 50:4)

Pedro Jurado


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