La
obra de la cruz en los creyentes
“Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios,
el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
(Galatas 2:20)
Siempre que he leído
este pasaje me ha parecido que San Pablo era una clase muy especial
de cristiano; en realidad no solo este versículo me ha causado esa
impresión, sino otros muchos de sus escritos. Es incuestionable que
el apóstol Pablo era alguien muy singular, un siervo escogido de
Dios, alguien en que Dios quiso depositar los tesoros de su sabiduría
y revelación espiritual.
A veces nos puede
parecer que por las experiencias tan elevadas que tuvo el apóstol y
por los contenidos tan profundos de sus cartas, como que muchas cosas
de la que el nos habla no son para nosotros.
Sin embargo es un
error pensar así, el que como creyentes nunca vamos a vivir en la
experiencia las cosas de que el apóstol nos escribe, ni que vamos a
adquirir el conocimiento o lograr la madurez espiritual sobre la que
el nos enseña.
Todas las epístolas
del apóstol fueron dirigidas a las iglesias, a congregaciones de
creyentes como nosotros, hombres y mujeres nacidos de nuevo,
discípulos de Jesucristo. Toda la revelación y los misterios de los
que nuestro querido hermano Pablo nos ha dejado constancia, van
dirigidos a los cristianos de todos los tiempos, de manera que los
pudiesen hacer suyos.
Algo muy
característico del apóstol y que se encuentra en sus epístolas, es
el hecho de que él se pone como ejemplo, como un modelo que debemos
imitar. Esa manera de enseñar no es casual, sino inspirada a
propósito por el Espíritu Santo, Jesús hacía exactamente lo
mismo, demostraba con su ejemplo la veracidad de sus enseñanzas y
nos invitaba a seguir ese mismo camino.
“Por tanto, os
ruego que me imitéis.” (1ª Corintios 4:16)
“Sed imitadores
de mí, así como yo de Cristo.” (1ª Corintios 11:1)
Estoy plenamente
convencido que si la vida cristiana entraña algún secreto lo
encontramos resumido en el versículo de (Galatas 2:20)
El problema con el
que se encuentran muchos cristianos y que constituye un gran escollo
en su experiencia práctica de la vida cristiana es que esperan
sentir algo antes de creer.
Siempre que nos
encontramos frente a un mandamiento, una promesa o alguna otra verdad
de las Escrituras nos ponemos la mano en el corazón para averiguar
que sentimos al respecto. Cuando actuamos de esa manera no damos
opción a la fe y toda nuestra expectativa de hacer nuestras las
verdades de Dios se van por el desagüe del desaliento a causa de
nuestra impotencia.
Es la fe lo que
antecede a toda experiencia genuina que puedan tener los cristianos.
No encuentro mejor definición de la fe que la que nos da la propia
Biblia.
“Es, pues, la
fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Porque por ella alcanzaron buen testimonio los
antiguos.” (Hebreos 11:1,2)
La fe tal como se
expresa en el significado de este versículo fue la clave para que
los creyentes del pasado viviesen en Dios, he hicieran proezas y
fuesen testigos personales de la gloria y poder de Dios. La fe les
hizo dar un testimonio ejemplar para el mundo; la fe fue el
fundamento sobre el que edificaron sus obras agradando así a Dios.
Entremos a
continuación a analizar las palabras de San Pablo en este pasaje de
Galatas para averiguar como hacer nuestra la gran verdad que nos está
exponiendo.
Crucificados
con Cristo.
“Con Cristo
estoy juntamente crucificado,”
El pasaje en su
totalidad es una declaración contundente, una afirmación rotunda
que denota la posición en la que se encontraba el apóstol.
Pero veamos en
primer lugar, que quería decir con estas primeras palabras.
Aparte de nuestro
Señor Jesucristo no hay nadie en las Escrituras que nos hable de la
cruz tanto como Pablo. El apóstol nos desvela los diferentes
significados que tiene este instrumento de muerte para nuestra
experiencia espiritual.
La cruz fue, por un
lado el arma con la que murió nuestro Señor, pero por otro es el
medio por el cual nos da salvación. El llevó sobre ella nuestras
culpas, sufrió nuestros pecados. Dice la palabra, “que el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros
curados.”
Jesucristo llevó en
su cuerpo y sobre el madero toda la maldición de la ley incumplida
por los hombres y que nosotros merecíamos llevar. El Señor fue en
este sentido nuestro sustituto, el que absorbió la ira de la
justicia de Dios en nuestro lugar.
La obra de la cruz
incluye virtualmente a todos los creyentes que han depositado su fe
en Jesucristo. Esto quiere decir que Dios en su plan eterno de
salvación y restauración nos introdujo en Cristo cuando padeció en
ella su muerte.
Dicho de otra manera
mas clara, es, que en la crucifixión de Cristo, exactamente cuando
el lo fue, también lo fuimos nosotros. Observemos esta gran verdad
en la carta del apóstol a los Romanos.
“Porque si
fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así
también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo
esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,
para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos
más al pecado.” (Romanos 6:5,6)
Esta es una verdad
sumamente importante que todo cristiano debe saber, creer y entender.
Fuimos plantados con Cristo en su muerte en la cruz, justamente en el
mismo instante que le ocurrió a él. Hace aproximadamente 2000 años
que esto aconteció, que sucedió, es historia, pero no una historia
pasada; de este hecho depende nuestra vivencia presente, nuestra
victoria espiritual.
El sacrificio de
Jesús no solo sirvió para el perdón de nuestros pecados, sino que
mediante el acabó también con el viejo hombre, es decir destruyó
la esencia de la naturaleza heredada de Adán.
Jesús en su muerte
reunió todo lo que pertenecía a Adán y terminó con ello. Es por
eso que las Escrituras dicen:
“De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas.” (2ª Corintios 5:17)
Hemos sido
identificados con Cristo en su muerte, esa es la verdad que Dios nos
ha declarado, así lo ha hecho Dios en su poder y sabiduría.
¡Bendito sea su Nombre!
El Señor nos haga
ver y comprender en su bondad y gracia esta gran verdad por medio del
Espíritu.
El bautismo es el
medio simbólico por el que cada individuo es introducido
inicialmente en esta experiencia de identificación con Cristo en su
muerte, así como también en la de su resurrección.
“¿O no sabéis
que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido
bautizados en su muerte? Porque somos
sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de
que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos
plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así
también lo seremos en la de su resurrección;”
(Romanos 6:3-5)
Sin embargo debemos
entender que aquí se nos está hablando no solo del bautismo en
agua, como un acto simbólico o un ritual, sino del bautismo en el
cuerpo de Cristo, que es nuestra inclusión en todo el significado
que tiene su obra en la cruz.
Es muy revelador el
estado del verbo que emplea San Pablo “Estoy”.
El está hablando de
una realidad presente, no pasada, ni futura, sino de un estar
continuo. Era una situación en la que se encontraba posicionado, él
no salía de ahí, la cruz era su experiencia diaria.
De hecho, y
respecto a su experiencia cotidiana el dice:
“Os aseguro,
hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor
Jesucristo, que cada día muero.” (1ª Corintios 15:31)
Si hemos sido
crucificados juntamente con Cristo, esto quiere decir que hemos
muerto con Él. Morimos con Cristo en cuanto a toda nuestra pasada
manera de vivir, morimos al pecado y morimos para el mundo.
En el mismo capitulo
6 de romanos nos dice San Pablo que actitud debemos adoptar ante
tales acontecimientos.
“Porque en
cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto
vive, para Dios vive. Así también vosotros
consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro.” (Romanos 6:10,11)
Es decir que como
Cristo murió por los pecados una vez - y esto fue suficiente- pues
Él cargó con todos los pecados por siempre cometidos y resucitó de
los muertos y vive habiendo ascendido a la derecha del Padre y para
la gloria de Dios. Y esto es algo que entendemos y aceptamos de forma
incuestionable como base y fundamento de nuestra fe. Es por la fe en
estos sucesos que nuestros pecados son perdonados y nos hayamos
reconciliados con Dios y somos salvos.
Pero San Pablo
continuó diciendo, como a Cristo así también vosotros, porque Dios
os incluyó en su muerte y en su resurrección. Dios os colocó en
Cristo, os puso en Él. Así que por cuanto esto es un hecho,
consideraos muertos al pecado, porque ya habéis muerto en la muerte
de Jesucristo y pensad que también estáis vivos en Cristo Jesús
para Dios.
Toda la experiencia
cristiana depende de la comprensión del significado de la obra de
Jesucristo. La victoria espiritual, la medida del crecimiento al que
llegaremos, estará en proporción a lo que hayamos entendido y
asimilado de Cristo. No es suficiente conformarnos con un
entendimiento intelectual, o con una noción informativa e histórica
del evangelio. Necesitamos recibir un pleno entendimiento, una
comprensión espiritual, ese conocimiento superior, la percepción de
los hechos de Dios, de su verdad, como una realidad viva.
Esto
nos lleva a la siguiente consideración de nuestro tema.
No
vivimos nosotros. “y
ya no vivo yo,”
Hay dos razones por
las que San Pablo podía pronunciar estas palabras:
La primera la hemos
considerado ya, el apóstol se veía a si mismo crucificado y muerto
junto con Cristo.
La segunda es, que
renunciaba continuamente a vivir su propia vida, siguiendo su
voluntad, según sus pensamientos y conforme a sus deseos.
Este hombre de Dios
tenía un “Yo” como todo cristiano y todo ser humano. A lo largo
de su vida, y a pesar de ser muy religioso, antes de convertirse a
Cristo, y tal vez durante algún tiempo después, vivía centrado en
su “Yo”.
En la carta a los
Romanos capitulo 7 nos cuenta su amarga experiencia en la derrota
espiritual como hombre religioso y en sus primeros inicios de
convertido. El nos habla de dos fuerzas en su interior que tratan de
dominarlo, el hombre espiritual y el hombre carnal que es el “Yo”
dominado por el pecado. En otras de sus epístolas nos menciona la
batalla continua que existe en todo creyente entre la carne y el
espíritu.
“Y yo sé que
en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo......... Así que,
queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley
de Dios; pero veo otra ley en mis miembros,
que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la
ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable
de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
(Romanos 7.18, 21-24)
Ahora bien, no es el
apóstol el primero que nos habla de esta doctrina sino nuestro Señor
Jesucristo.
“Lo
que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es.” (Juan 3:6)
“El espíritu
es el que da vida; la carne para nada aprovecha;” (Juan
6:63)
La carne y el
espíritu no hacen una buena mezcla, ni es posible que estén
perfectamente unidos. La carne es terrenal, corrupta, natural; el
espíritu es eterno, santo, celestial. Cuando la palabra de Dios nos
habla de la carne no se está refiriendo a nuestro cuerpo, sino al
alma, a nuestra voluntad propia a nuestros deseos y a nuestra manera
de pensar. El alma que es seducida por los sentidos a través de los
cuales presta atención al mundo que le rodea, y es gobernada y
controlada por estos, no puede agradar a Dios. El deseo de la carne
es contra el espíritu y el deseo del espíritu es contra la carne,
dice la escritura. Si solo vivimos para nuestra alma, es decir para
nosotros, vamos a estar pecando y desobedeciendo a Dios
continuamente. Nos será imposible vivir para Dios.
“Porque los que
son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son
del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque
el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es
vida y paz. Por cuanto los designios de la
carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden; y los que viven
según la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:5-8)
“Digo,
pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la
carne. Porque el deseo de la carne es contra
el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se
oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” (Galatas
5:16,17)
¿Cómo podemos
saber si estamos en una posición natural y carnal o espiritual?
¿Cómo discernimos nuestro estado y condición delante de Dios?
¿Cómo se que ya no vivo yo?
En primer lugar son
los pensamientos los que delatan cual es mi estado espiritual. Lo que
ocupa nuestras mentes determina lo que somos. Si lo que domina en
nuestros pensamientos son las cosas de este mundo, si nuestras ideas
giran en torno a nuestros deseos egoístas, si lo que queremos es
preservar nuestra voluntad y conservar nuestra razón, entonces
estamos en la carne.
Si nuestras
motivaciones e intenciones no pasan el escrutinio de la palabra de
Dios, en cuanto a todo lo que hacemos y para quien lo hacemos somos
carnales. No todo lo que realizamos por muy bueno y religioso que
parezca agrada a Dios, ni es conforme a su voluntad. Se puede ser muy
religioso y también muy carnal, aunque parezca contradictorio, “y
los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”
“Pero los que
son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.”
(Galatas 5:24)
El discípulo de
Cristo está crucificado; el creyente maduro muere cada día a sus
pasiones y deseos tanto de su alma como de su cuerpo.
Desde luego no es
esta una doctrina que sea popular, ni que la oigamos muy a menudo,
pero son cien por cien bíblicas, predicada por nuestro Señor y
afirmada por los apóstoles. Esta es la sana doctrina de nuestro
Señor Jesucristo la cual muchos no están dispuestos a sufrir,
prefieren prestar atención a otros temas más suaves.
“Porque vendrá
tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo
comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad
el oído y se volverán a las fábulas. (2ª
Timoteo 4:3,4)
San Pablo, hablando
también al respecto, nos advierte del peligro en la enseñanza de
ingente numero de maestros que excluirán esta doctrina del
evangelio.
“Porque por ahí
andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo
llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo;
el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el
vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo
terrenal.” (Filipenses 3:18,19)
La sana doctrina
trae sanidad a la iglesia, liberación y santificación en el
Espíritu Santo. Con la predicación de la cruz se hace manifiesto el
poder de Dios y la autoridad de Jesucristo. Creo firmemente que una
gran parte del pueblo de Dios sufre carencias y está enfermo y corre
a otros lugares a buscar ayuda porque no se les ha administrado un
evangelio completo. Muchos “maestros” pretenden dar sanidad y
liberación a los creyentes por medio de sabiduría humana, y
consejos de carácter psíquico y emocional, en vez de ir a la raíz
del problema que es espiritual.
Dios ha provisto en
la cruz de Cristo y en el entendimiento de todo su significado la
solución para todas las necesidades del ser humano.
Necesitamos una
comprensión completa de lo que entraña la obra de la cruz, así
como una apropiación practica de esta doctrina.
El apóstol decía
que el no predicaba con sabiduría de hombres, ni de invención
humana, sino que su mensaje era sobre la cruz de Cristo para no
restarle poder y eficacia a Dios.
Pero tristemente en
nuestra actualidad el mensaje de la cruz es nulo, y en muchos casos
se ha hecho vana la cruz de Cristo por la introducción de psicología
y filosofía humanas en el evangelio.
“Pues no me
envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no
con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de
Cristo.” (1ª Corintios 1:17)
En el siguiente
pasaje podemos observar el sumo cuidado que pone el apóstol San
Pablo en el evangelio que predica, procurando no introducir nada
extraño o ajeno al mensaje de la cruz y con la intención de que los
creyentes pusieran su fe en el poder de Dios.
“Así
que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de
Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino
a Jesucristo, y a éste crucificado. Y
estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor;
y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu
y de poder, para que vuestra fe no esté
fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”
(1ª Corintios 2:1-5)
Hoy tenemos la
necesidad de que la verdad de Dios se proclame con demostración del
Espíritu y de poder, para que de esta manera la iglesia reciba todos
los beneficios de la obra de Cristo.
Cito a continuación
una porción del Salmo 103 en el cual el rey David adora a Dios
reconociendo y declarando que en Él se encuentra todo cuanto
necesita.
“Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi
ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides
ninguno de sus beneficios.
El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas
tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona
de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te
rejuvenezcas como el águila.” (Salmos 103:1-5)
Cristo
viviendo en nosotros. “mas vive Cristo en mí”
Esta frase
representa el meollo, el centro neurálgico de la vida cristiana.
Esta es la definición más escueta y a la vez más profunda que se
pueda dar en cuanto a lo que significa ser un discípulo de Cristo
con todas sus implicaciones.
El cristiano madura
en su vida espiritual en la medida en que es Cristo el que vive en
él. Todas las virtudes cristianas como el amor, la humildad, la
mansedumbre, la santidad, la sabiduría etc. están reunidas en la
persona de Cristo. Así que cualquier manifestación de estas cosas
en nuestro comportamiento y actitud es el mismo Señor dejándose ver
desde nuestro interior.
En la carta de San
Pablo a los corintios, les dice como Cristo ha sido provisto por Dios
no solo para nuestra salvación, sino también como la fuente de las
virtudes que honran y agradan a Dios.
“Mas por él
estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios
sabiduría, justificación, santificación y redención;
para que, como está escrito: El que se gloría,
gloríese en el Señor.” (1ª Corintios 1:30,31)
La idea no es que el
cristiano tiene que producir por si mismo estos frutos porque
entonces tendría de que gloriarse, sino que la propia sabia y vida
de Cristo es el que los produce en él.
Así que tenemos dos
aspectos que debemos considerar y tener en cuenta si esperamos que
Cristo manifieste su vida en nuestro ser:
Por un lado hay un
aspecto negativo y que ya lo hemos mencionado que es el estar
crucificados con Cristo para no ser nosotros los que vivamos. Si no
estamos muriendo a nosotros mismos, si no estamos negándonos a vivir
la vida a nuestra manera, conforme a nuestros deseos y forma de
pensar, entonces Jesús no haya lugar para vivir en nosotros.
Por otro lado vemos
un aspecto positivo que es muy cierto y es que Cristo mora en
nuestros corazones y podemos permitir que se manifieste en nuestras
vidas en toda su plenitud y gracia. Dios quiere que en cada uno de
sus hijos la vida de Cristo sea reproducida, que nuestro carácter
sea el de Jesús.
¿Cómo se consigue
que viva Cristo en nosotros? ¿Qué podemos hacer por nuestra parte
para que esta declaración “mas vive Cristo en mí” sea
una realidad en nuestra experiencia?
Una
vida de fe.
En la segunda mitad
del versículo que estamos considerando el apóstol nos da la clave
para hacer posible que la vida de Cristo sea nuestra vida:
“y lo que ahora
vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó
y se entregó a sí mismo por mí.”
Muchas veces nos
sorprendemos pensando que vivir la vida cristiana es imposible. Que
mientras estemos limitados en este cuerpo carnal y rodeado del mundo
en que vivimos no podemos vivir una vida que agrada a Dios. Sin
embargo San Pablo no está hablando en este texto de una vida
espiritual en el cielo, ni fuera de nuestro cuerpo y del mundo que
nos rodea.
En otro pasaje el
escritor nos recuerda que Dios ha depositado su tesoro en vasos de
barro, Él ha puesto su vida eterna e incorruptible en nuestros
cuerpos mortales. “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro,
para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2ª
Corintios 4:7)
Lo que para nosotros
es imposible, es posible para Dios. Es verdad que nadie por mucho que
se afane podrá añadir un codo a su estatura. Y que por mucho que
nos esforcemos e intentemos ser cristianos y verdaderos discípulos
de Cristo no lo lograremos. Es como pretender levantar un peso que
con mucho excede a nuestras fuerzas. Es como querer vivir en las
profundidades del mar cuando no estamos dotado para ello como lo
están los peces. Es como pretender volar como los pájaros pero sin
alas.
Cristo vive en
nosotros para hacer posible lo imposible, el es nuestra fuerza en la
debilidad, el es nuestra riqueza en la pobreza, el es nuestro socorro
en la tentación y nuestro refugio en la tempestad.
El Cristo resucitado
habita por la fe en nuestros corazones, el Dios Todopoderoso ha hecho
en nuestras vidas su morada. “Para que habite Cristo por la fe
en vuestros corazones” (Efesios 3:17)
Tenemos un poder y
una fuerza que brotan de la sencilla fe puesta en Cristo Jesús que
vive en nuestro interior.
Cuando creemos en el
Señor y estamos en dependencia de Él, el Espíritu Santo tomará el
control haciéndose cargo de la situación.
Necesitamos aprender
a vivir cada día con esta clase de fe que nos hace ser victorioso,
frente al pecado, la debilidad y cualquier situación que se presente
ante nosotros.
La vida espiritual
esta basada en principios divinos que operan en el reino de Dios, la
fe es la clave para que estos principios funcionen en nuestras vidas.
Cuando alguien
pretende aprender a nadar intenta mantenerse a flote moviéndose
enérgicamente, pero lo que consigue con eso es hundirse en el agua,
el pánico no le permite quedarse quieto y puede ahogarse. Con el
tiempo y cuando nos vamos familiarizando con el medio, nos percatamos
de que el agua nos sostiene prácticamente sin que nos movamos,
entonces es cuando empezamos a nadar y a sincronizar nuestros
movimientos para avanzar y perfeccionar nuestra técnica y estilo.
En la vida cristiana
la cosa funciona de la misma manera, es un medio en el cual no
estamos acostumbrados a movernos, no estamos familiarizados con los
principios divinos y no sabemos como funcionan. Tropezamos y nos
caemos una y mil veces, luchamos y nos esforzamos pero no
progresamos. Hasta que un día por la gracia de Dios recibimos el
entendimiento necesario y descubrimos que en su bondad Él lo ha
provisto todo, y que es por la fe que nos podemos mantener firmes,
porque es Él quien nos sostiene. Entonces comenzamos a comprender
que Cristo es nuestra vida, Él es nuestro todo y que sin Él nada
podemos hacer.
Pedro Jurado
No hay comentarios:
Publicar un comentario