martes, 19 de junio de 2012

CRISTO VIVE EN MI (MENSAJE)



La obra de la cruz en los creyentes

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Galatas 2:20)

Siempre que he leído este pasaje me ha parecido que San Pablo era una clase muy especial de cristiano; en realidad no solo este versículo me ha causado esa impresión, sino otros muchos de sus escritos. Es incuestionable que el apóstol Pablo era alguien muy singular, un siervo escogido de Dios, alguien en que Dios quiso depositar los tesoros de su sabiduría y revelación espiritual.
A veces nos puede parecer que por las experiencias tan elevadas que tuvo el apóstol y por los contenidos tan profundos de sus cartas, como que muchas cosas de la que el nos habla no son para nosotros.
Sin embargo es un error pensar así, el que como creyentes nunca vamos a vivir en la experiencia las cosas de que el apóstol nos escribe, ni que vamos a adquirir el conocimiento o lograr la madurez espiritual sobre la que el nos enseña.
Todas las epístolas del apóstol fueron dirigidas a las iglesias, a congregaciones de creyentes como nosotros, hombres y mujeres nacidos de nuevo, discípulos de Jesucristo. Toda la revelación y los misterios de los que nuestro querido hermano Pablo nos ha dejado constancia, van dirigidos a los cristianos de todos los tiempos, de manera que los pudiesen hacer suyos.
Algo muy característico del apóstol y que se encuentra en sus epístolas, es el hecho de que él se pone como ejemplo, como un modelo que debemos imitar. Esa manera de enseñar no es casual, sino inspirada a propósito por el Espíritu Santo, Jesús hacía exactamente lo mismo, demostraba con su ejemplo la veracidad de sus enseñanzas y nos invitaba a seguir ese mismo camino.

Por tanto, os ruego que me imitéis.” (1ª Corintios 4:16)

Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” (1ª Corintios 11:1)

Estoy plenamente convencido que si la vida cristiana entraña algún secreto lo encontramos resumido en el versículo de (Galatas 2:20)
El problema con el que se encuentran muchos cristianos y que constituye un gran escollo en su experiencia práctica de la vida cristiana es que esperan sentir algo antes de creer.
Siempre que nos encontramos frente a un mandamiento, una promesa o alguna otra verdad de las Escrituras nos ponemos la mano en el corazón para averiguar que sentimos al respecto. Cuando actuamos de esa manera no damos opción a la fe y toda nuestra expectativa de hacer nuestras las verdades de Dios se van por el desagüe del desaliento a causa de nuestra impotencia.
Es la fe lo que antecede a toda experiencia genuina que puedan tener los cristianos. No encuentro mejor definición de la fe que la que nos da la propia Biblia.

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos.” (Hebreos 11:1,2)

La fe tal como se expresa en el significado de este versículo fue la clave para que los creyentes del pasado viviesen en Dios, he hicieran proezas y fuesen testigos personales de la gloria y poder de Dios. La fe les hizo dar un testimonio ejemplar para el mundo; la fe fue el fundamento sobre el que edificaron sus obras agradando así a Dios.

Entremos a continuación a analizar las palabras de San Pablo en este pasaje de Galatas para averiguar como hacer nuestra la gran verdad que nos está exponiendo.

Crucificados con Cristo.
Con Cristo estoy juntamente crucificado,”

El pasaje en su totalidad es una declaración contundente, una afirmación rotunda que denota la posición en la que se encontraba el apóstol.
Pero veamos en primer lugar, que quería decir con estas primeras palabras.
Aparte de nuestro Señor Jesucristo no hay nadie en las Escrituras que nos hable de la cruz tanto como Pablo. El apóstol nos desvela los diferentes significados que tiene este instrumento de muerte para nuestra experiencia espiritual.
La cruz fue, por un lado el arma con la que murió nuestro Señor, pero por otro es el medio por el cual nos da salvación. El llevó sobre ella nuestras culpas, sufrió nuestros pecados. Dice la palabra, “que el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados.”
Jesucristo llevó en su cuerpo y sobre el madero toda la maldición de la ley incumplida por los hombres y que nosotros merecíamos llevar. El Señor fue en este sentido nuestro sustituto, el que absorbió la ira de la justicia de Dios en nuestro lugar.
La obra de la cruz incluye virtualmente a todos los creyentes que han depositado su fe en Jesucristo. Esto quiere decir que Dios en su plan eterno de salvación y restauración nos introdujo en Cristo cuando padeció en ella su muerte.
Dicho de otra manera mas clara, es, que en la crucifixión de Cristo, exactamente cuando el lo fue, también lo fuimos nosotros. Observemos esta gran verdad en la carta del apóstol a los Romanos.

Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Romanos 6:5,6)

Esta es una verdad sumamente importante que todo cristiano debe saber, creer y entender. Fuimos plantados con Cristo en su muerte en la cruz, justamente en el mismo instante que le ocurrió a él. Hace aproximadamente 2000 años que esto aconteció, que sucedió, es historia, pero no una historia pasada; de este hecho depende nuestra vivencia presente, nuestra victoria espiritual.
El sacrificio de Jesús no solo sirvió para el perdón de nuestros pecados, sino que mediante el acabó también con el viejo hombre, es decir destruyó la esencia de la naturaleza heredada de Adán.
Jesús en su muerte reunió todo lo que pertenecía a Adán y terminó con ello. Es por eso que las Escrituras dicen:

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2ª Corintios 5:17)

Hemos sido identificados con Cristo en su muerte, esa es la verdad que Dios nos ha declarado, así lo ha hecho Dios en su poder y sabiduría. ¡Bendito sea su Nombre!
El Señor nos haga ver y comprender en su bondad y gracia esta gran verdad por medio del Espíritu.
El bautismo es el medio simbólico por el que cada individuo es introducido inicialmente en esta experiencia de identificación con Cristo en su muerte, así como también en la de su resurrección.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;” (Romanos 6:3-5)

Sin embargo debemos entender que aquí se nos está hablando no solo del bautismo en agua, como un acto simbólico o un ritual, sino del bautismo en el cuerpo de Cristo, que es nuestra inclusión en todo el significado que tiene su obra en la cruz.

Es muy revelador el estado del verbo que emplea San Pablo “Estoy”.
El está hablando de una realidad presente, no pasada, ni futura, sino de un estar continuo. Era una situación en la que se encontraba posicionado, él no salía de ahí, la cruz era su experiencia diaria.
De hecho, y respecto a su experiencia cotidiana el dice:

Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero.” (1ª Corintios 15:31)

Si hemos sido crucificados juntamente con Cristo, esto quiere decir que hemos muerto con Él. Morimos con Cristo en cuanto a toda nuestra pasada manera de vivir, morimos al pecado y morimos para el mundo.
En el mismo capitulo 6 de romanos nos dice San Pablo que actitud debemos adoptar ante tales acontecimientos.

Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Romanos 6:10,11)

Es decir que como Cristo murió por los pecados una vez - y esto fue suficiente- pues Él cargó con todos los pecados por siempre cometidos y resucitó de los muertos y vive habiendo ascendido a la derecha del Padre y para la gloria de Dios. Y esto es algo que entendemos y aceptamos de forma incuestionable como base y fundamento de nuestra fe. Es por la fe en estos sucesos que nuestros pecados son perdonados y nos hayamos reconciliados con Dios y somos salvos.
Pero San Pablo continuó diciendo, como a Cristo así también vosotros, porque Dios os incluyó en su muerte y en su resurrección. Dios os colocó en Cristo, os puso en Él. Así que por cuanto esto es un hecho, consideraos muertos al pecado, porque ya habéis muerto en la muerte de Jesucristo y pensad que también estáis vivos en Cristo Jesús para Dios.
Toda la experiencia cristiana depende de la comprensión del significado de la obra de Jesucristo. La victoria espiritual, la medida del crecimiento al que llegaremos, estará en proporción a lo que hayamos entendido y asimilado de Cristo. No es suficiente conformarnos con un entendimiento intelectual, o con una noción informativa e histórica del evangelio. Necesitamos recibir un pleno entendimiento, una comprensión espiritual, ese conocimiento superior, la percepción de los hechos de Dios, de su verdad, como una realidad viva.
Esto nos lleva a la siguiente consideración de nuestro tema.

No vivimos nosotros. “y ya no vivo yo,”

Hay dos razones por las que San Pablo podía pronunciar estas palabras:
La primera la hemos considerado ya, el apóstol se veía a si mismo crucificado y muerto junto con Cristo.
La segunda es, que renunciaba continuamente a vivir su propia vida, siguiendo su voluntad, según sus pensamientos y conforme a sus deseos.
Este hombre de Dios tenía un “Yo” como todo cristiano y todo ser humano. A lo largo de su vida, y a pesar de ser muy religioso, antes de convertirse a Cristo, y tal vez durante algún tiempo después, vivía centrado en su “Yo”.
En la carta a los Romanos capitulo 7 nos cuenta su amarga experiencia en la derrota espiritual como hombre religioso y en sus primeros inicios de convertido. El nos habla de dos fuerzas en su interior que tratan de dominarlo, el hombre espiritual y el hombre carnal que es el “Yo” dominado por el pecado. En otras de sus epístolas nos menciona la batalla continua que existe en todo creyente entre la carne y el espíritu.

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo......... Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7.18, 21-24)

Ahora bien, no es el apóstol el primero que nos habla de esta doctrina sino nuestro Señor Jesucristo.
Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:6)

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha;” (Juan 6:63)

La carne y el espíritu no hacen una buena mezcla, ni es posible que estén perfectamente unidos. La carne es terrenal, corrupta, natural; el espíritu es eterno, santo, celestial. Cuando la palabra de Dios nos habla de la carne no se está refiriendo a nuestro cuerpo, sino al alma, a nuestra voluntad propia a nuestros deseos y a nuestra manera de pensar. El alma que es seducida por los sentidos a través de los cuales presta atención al mundo que le rodea, y es gobernada y controlada por estos, no puede agradar a Dios. El deseo de la carne es contra el espíritu y el deseo del espíritu es contra la carne, dice la escritura. Si solo vivimos para nuestra alma, es decir para nosotros, vamos a estar pecando y desobedeciendo a Dios continuamente. Nos será imposible vivir para Dios.

Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:5-8)

Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” (Galatas 5:16,17)

¿Cómo podemos saber si estamos en una posición natural y carnal o espiritual? ¿Cómo discernimos nuestro estado y condición delante de Dios? ¿Cómo se que ya no vivo yo?

En primer lugar son los pensamientos los que delatan cual es mi estado espiritual. Lo que ocupa nuestras mentes determina lo que somos. Si lo que domina en nuestros pensamientos son las cosas de este mundo, si nuestras ideas giran en torno a nuestros deseos egoístas, si lo que queremos es preservar nuestra voluntad y conservar nuestra razón, entonces estamos en la carne.
Si nuestras motivaciones e intenciones no pasan el escrutinio de la palabra de Dios, en cuanto a todo lo que hacemos y para quien lo hacemos somos carnales. No todo lo que realizamos por muy bueno y religioso que parezca agrada a Dios, ni es conforme a su voluntad. Se puede ser muy religioso y también muy carnal, aunque parezca contradictorio, “y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”

Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Galatas 5:24)

El discípulo de Cristo está crucificado; el creyente maduro muere cada día a sus pasiones y deseos tanto de su alma como de su cuerpo.
Desde luego no es esta una doctrina que sea popular, ni que la oigamos muy a menudo, pero son cien por cien bíblicas, predicada por nuestro Señor y afirmada por los apóstoles. Esta es la sana doctrina de nuestro Señor Jesucristo la cual muchos no están dispuestos a sufrir, prefieren prestar atención a otros temas más suaves.

Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. (2ª Timoteo 4:3,4)


San Pablo, hablando también al respecto, nos advierte del peligro en la enseñanza de ingente numero de maestros que excluirán esta doctrina del evangelio.

Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal.” (Filipenses 3:18,19)

La sana doctrina trae sanidad a la iglesia, liberación y santificación en el Espíritu Santo. Con la predicación de la cruz se hace manifiesto el poder de Dios y la autoridad de Jesucristo. Creo firmemente que una gran parte del pueblo de Dios sufre carencias y está enfermo y corre a otros lugares a buscar ayuda porque no se les ha administrado un evangelio completo. Muchos “maestros” pretenden dar sanidad y liberación a los creyentes por medio de sabiduría humana, y consejos de carácter psíquico y emocional, en vez de ir a la raíz del problema que es espiritual.
Dios ha provisto en la cruz de Cristo y en el entendimiento de todo su significado la solución para todas las necesidades del ser humano.
Necesitamos una comprensión completa de lo que entraña la obra de la cruz, así como una apropiación practica de esta doctrina.
El apóstol decía que el no predicaba con sabiduría de hombres, ni de invención humana, sino que su mensaje era sobre la cruz de Cristo para no restarle poder y eficacia a Dios.
Pero tristemente en nuestra actualidad el mensaje de la cruz es nulo, y en muchos casos se ha hecho vana la cruz de Cristo por la introducción de psicología y filosofía humanas en el evangelio.

Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.” (1ª Corintios 1:17)

En el siguiente pasaje podemos observar el sumo cuidado que pone el apóstol San Pablo en el evangelio que predica, procurando no introducir nada extraño o ajeno al mensaje de la cruz y con la intención de que los creyentes pusieran su fe en el poder de Dios.

Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª Corintios 2:1-5)

Hoy tenemos la necesidad de que la verdad de Dios se proclame con demostración del Espíritu y de poder, para que de esta manera la iglesia reciba todos los beneficios de la obra de Cristo.
Cito a continuación una porción del Salmo 103 en el cual el rey David adora a Dios reconociendo y declarando que en Él se encuentra todo cuanto necesita.

Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila.” (Salmos 103:1-5)

Cristo viviendo en nosotros. “mas vive Cristo en mí”

Esta frase representa el meollo, el centro neurálgico de la vida cristiana. Esta es la definición más escueta y a la vez más profunda que se pueda dar en cuanto a lo que significa ser un discípulo de Cristo con todas sus implicaciones.
El cristiano madura en su vida espiritual en la medida en que es Cristo el que vive en él. Todas las virtudes cristianas como el amor, la humildad, la mansedumbre, la santidad, la sabiduría etc. están reunidas en la persona de Cristo. Así que cualquier manifestación de estas cosas en nuestro comportamiento y actitud es el mismo Señor dejándose ver desde nuestro interior.
En la carta de San Pablo a los corintios, les dice como Cristo ha sido provisto por Dios no solo para nuestra salvación, sino también como la fuente de las virtudes que honran y agradan a Dios.

Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1ª Corintios 1:30,31)

La idea no es que el cristiano tiene que producir por si mismo estos frutos porque entonces tendría de que gloriarse, sino que la propia sabia y vida de Cristo es el que los produce en él.
Así que tenemos dos aspectos que debemos considerar y tener en cuenta si esperamos que Cristo manifieste su vida en nuestro ser:
Por un lado hay un aspecto negativo y que ya lo hemos mencionado que es el estar crucificados con Cristo para no ser nosotros los que vivamos. Si no estamos muriendo a nosotros mismos, si no estamos negándonos a vivir la vida a nuestra manera, conforme a nuestros deseos y forma de pensar, entonces Jesús no haya lugar para vivir en nosotros.
Por otro lado vemos un aspecto positivo que es muy cierto y es que Cristo mora en nuestros corazones y podemos permitir que se manifieste en nuestras vidas en toda su plenitud y gracia. Dios quiere que en cada uno de sus hijos la vida de Cristo sea reproducida, que nuestro carácter sea el de Jesús.
¿Cómo se consigue que viva Cristo en nosotros? ¿Qué podemos hacer por nuestra parte para que esta declaración “mas vive Cristo en mí” sea una realidad en nuestra experiencia?

Una vida de fe.

En la segunda mitad del versículo que estamos considerando el apóstol nos da la clave para hacer posible que la vida de Cristo sea nuestra vida:

y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”

Muchas veces nos sorprendemos pensando que vivir la vida cristiana es imposible. Que mientras estemos limitados en este cuerpo carnal y rodeado del mundo en que vivimos no podemos vivir una vida que agrada a Dios. Sin embargo San Pablo no está hablando en este texto de una vida espiritual en el cielo, ni fuera de nuestro cuerpo y del mundo que nos rodea.
En otro pasaje el escritor nos recuerda que Dios ha depositado su tesoro en vasos de barro, Él ha puesto su vida eterna e incorruptible en nuestros cuerpos mortales. “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2ª Corintios 4:7)

Lo que para nosotros es imposible, es posible para Dios. Es verdad que nadie por mucho que se afane podrá añadir un codo a su estatura. Y que por mucho que nos esforcemos e intentemos ser cristianos y verdaderos discípulos de Cristo no lo lograremos. Es como pretender levantar un peso que con mucho excede a nuestras fuerzas. Es como querer vivir en las profundidades del mar cuando no estamos dotado para ello como lo están los peces. Es como pretender volar como los pájaros pero sin alas.
Cristo vive en nosotros para hacer posible lo imposible, el es nuestra fuerza en la debilidad, el es nuestra riqueza en la pobreza, el es nuestro socorro en la tentación y nuestro refugio en la tempestad.
El Cristo resucitado habita por la fe en nuestros corazones, el Dios Todopoderoso ha hecho en nuestras vidas su morada. “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efesios 3:17)
Tenemos un poder y una fuerza que brotan de la sencilla fe puesta en Cristo Jesús que vive en nuestro interior.
Cuando creemos en el Señor y estamos en dependencia de Él, el Espíritu Santo tomará el control haciéndose cargo de la situación.
Necesitamos aprender a vivir cada día con esta clase de fe que nos hace ser victorioso, frente al pecado, la debilidad y cualquier situación que se presente ante nosotros.
La vida espiritual esta basada en principios divinos que operan en el reino de Dios, la fe es la clave para que estos principios funcionen en nuestras vidas.
Cuando alguien pretende aprender a nadar intenta mantenerse a flote moviéndose enérgicamente, pero lo que consigue con eso es hundirse en el agua, el pánico no le permite quedarse quieto y puede ahogarse. Con el tiempo y cuando nos vamos familiarizando con el medio, nos percatamos de que el agua nos sostiene prácticamente sin que nos movamos, entonces es cuando empezamos a nadar y a sincronizar nuestros movimientos para avanzar y perfeccionar nuestra técnica y estilo.
En la vida cristiana la cosa funciona de la misma manera, es un medio en el cual no estamos acostumbrados a movernos, no estamos familiarizados con los principios divinos y no sabemos como funcionan. Tropezamos y nos caemos una y mil veces, luchamos y nos esforzamos pero no progresamos. Hasta que un día por la gracia de Dios recibimos el entendimiento necesario y descubrimos que en su bondad Él lo ha provisto todo, y que es por la fe que nos podemos mantener firmes, porque es Él quien nos sostiene. Entonces comenzamos a comprender que Cristo es nuestra vida, Él es nuestro todo y que sin Él nada podemos hacer.

Pedro Jurado




No hay comentarios:

Publicar un comentario