Tallo
de punzantes espinas clavan sus sienes,
Rojos
pétalos cubren la calle, cual alfombra extendida;
Sudor
y sangre mezclados marcan el camino del calvario,
Por
los secos senderos empedrados que a su paso se humedecen.
Suave
aroma desprendido que solo unos pocos perciben,
Infinitas
partículas de amor, suspendidas en el aire viciado
De
violencia y desprecio, de odio y repulsión.
Camina
con pesados pasos, pasos firmes, pasos cansados, pasos ciertos.
Observado
por multitud ingente, hombres y mujeres,
Niños
y ancianos, religiosos y soldados romanos.
Abriendo
paso se dirige hacia el monte, colina
En
la que ha de ser erguido y plantado.
Alzado
del suelo, suspendido entre tierra y firmamento,
Desamparado
y solo, abandonado del Padre, castigado.
Sin
consuelo alguno, sufrió nuestros pecados; como
Un
cordero fue herido y sacrificado.
El
día se vistió de luto, el sol se empaño en sangre,
Las
aves cesaron en su canto y las flores se escondieron en sus capullos.
El
Hijo de Dios expiró su último aliento,
al
Padre encomendó su espíritu.
De
su costado herido brotan jardines de rosas,
regadas
de agua pura, que convierten en vergel los corazones desiertos.
Al
verle el soldado, exclama ¡Verdaderamente este Hombre era justo!
Pedro
Jurado
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