“Porque
¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta
primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para
acabarla? No
sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla,
todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él,
diciendo: Este hombre comenzó a
edificar, y no pudo acabar.” (Lucas
14:28-30)
El
Señor compara en este pasaje la edificación de la vida espiritual a
una torre que se quiere levantar. La edificación espiritual
comprende toda obra en el reino de Dios que queremos llevar a cabo,
ya sea en la propia vida de uno o bien con el propósito de que este
sea extendido siendo dado a conocer, o con el objetivo de que sea
afirmado y consolidado en la vida de los hijos de Dios.
Es
necesario que entendamos lo que implica la obra de Dios y como
debemos realizarla.
En
muchos casos lo que se está construyendo es una gran torre de Babel,
un monumento religioso que solo da culto y gloria al hombre, pero que
Dios no tiene nada que ver con eso. En la construcción de Babel
existen características similares a las que se encuentran en la
autentica obra de Dios y que en el caso de la iglesia son factores
necesarios para que el reino de Dios sea edificado. No obstante en
esta torre de Babel que se quiso edificar, los propósitos o la
finalidad no son los de Dios, y mucho menos se le está tomando en
cuenta a él para lograr tales objetivos.
(Génesis
11:1-9)
En el
relato de la edificación de Babel encontramos ciertos principios que
los hombres siguieron y que también podemos reconocerlos y
aceptarlos como prácticos para realizar la obra de Dios.
- Todo el pueblo era uno.
- Tenían un mismo lenguaje.
- Tenían un proyecto, una visión común.
- Estaban decididos a llevar a cabo la obra.
- Pusieron imaginación y creatividad en la obra.
- Se pusieron a trabajar, emprendieron su hazaña.
- Estaban dispuestos a llegar hasta el final.
Como he
mencionado anteriormente la intención de los hombres al hacer esta
gran obra no era para darle la gloria a Dios, la finalidad no era
construir el reino de Dios, sino enfrentarlo, pretendiendo demostrar
que eran auto suficientes y poderosos. Satanás es un falso imitador
de las obras de Dios e incita al hombre. Si el diablo no consigue
destruir lo que Dios ha hecho y quiere hacer, lo imita, consiguiendo
que los hombres hagan falsas replicas, desprestigiando de esa forma
la autentica obra de Dios.
Estos
edificadores no buscaban como digo edificar la obra de Dios, ni
santificar y honrar el nombre de Dios, más bien querían hacerse un
nombre para perpetuarse, pretendían su propia gloria y promoción.
En su
empresa eran movidos por el temor a ser esparcidos sobre toda la
tierra; en el fondo sabían que estaba mal lo que procuraban hacer, y
que eso no agradaba a Dios.
La
palabra de Dios declara que lo que el impío teme eso le vendrá.
Dios trajo confusión y división sobre todos estos hombres. Así
sucederá también sobre toda obra y proyecto que se levante sin que
Dios sea el rey y cabeza, y donde el no reciba toda la gloria y la
honra, el mandará desconcierto y desorden.
Ahora
bien ¿Qué nos da a entender esta historia? ¿Significa que no deben
existir proyectos claros? ¿Nos quiere enseñar que no debemos tener
un proyecto y propósito común? ¿Nos está mostrando que no debemos
trabajar en unidad? No, rotunda y bíblicamente No.
Por
toda la escritura encontramos ejemplos de la importancia que tiene
trabajar según un plan previsto, conforme a los proyectos que Dios
en su sabiduría haya mostrado, además de la importancia de que el
pueblo de Dios tenga un mismo fin y sentir, una misma idea, a saber
la de llevar a termino la obra de Dios para su gloria.
Sin
embargo una lección que esta historia nos quiere enseñar es la de
discernir entre una obra meramente humana o humanista-religiosa y la
obra espiritual de Dios, aquella en la que el es soberano y Señor.
Creo
que el obrero de Dios siempre debe tener presente, que si el Señor
no edifica la casa en vano trabajan los que la edifican. Por otro
lado no debe olvidar nunca las palabras de Jesús que dice: “Yo
edificaré mi iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella”
La
biblia nos enseña por doquier el interés y deseo de Dios en revelar
sus propósitos y planes a sus siervos. Por otro lado la palabra de
Dios alienta a sus siervos, obreros y a todo su pueblo a indagar y
procurar conocer la voluntad de Dios.
Cuando
los hombres reciben este conocimiento de lo que Dios quiere hacer,
deben humillarse y reconocer su propia indignidad e impotencia ante
esa sabiduría, y andar con temor de Dios. No obstante Dios espera
una sujeción, obediencia a su voluntad y que se realice la obra que
él haya indicado.
Edificando
el reino de Dios, en Dios, para Dios y dirigidos por Dios.
Para
Dios es mucho más importante el ser que el hacer; para él, la buena
actitud, la motivación correcta, debe preceder toda acción u obra
que vayamos a realizar. De modo que antes de emprender cualquier
proyecto espiritual o plan social debemos primeramente examinar con
honestidad la motivación que nos impulsa.
a)
¿Está de acuerdo este proyecto con la
voluntad de Dios? Estamos obedeciendo con ello la palabra
de Dios
b)
¿Cumplimos con este plan o proyecto la gran comisión? Llevar el
evangelio a todo el mundo y hacer discípulos en todas las naciones.
c)
¿Es para darle la gloria a Dios este proyecto u obra? O tal vez para
satisfacer nuestro propio orgullo.
d)
¿Buscamos nuestra propia promoción y un estatus entre el liderazgo
espiritual, un nombre? O que Dios sea exaltado y que nosotros seamos
menos.
e)
¿Sirve este proyecto al cumplimiento de los
propósitos de Dios y el evangelio de Jesucristo? Llevar salvación,
sanidad y liberación a los necesitados y oprimidos del mundo y de la
iglesia, así como la proclamación del mensaje del reino de Dios.
f)
¿Me está pidiendo Dios realmente que
realice determinada obra? Es muy importante estar seguros que es el
Espíritu Santo quien nos está dirigiendo.
Seguramente
habrá otras preguntas tan importantes como estas que podríamos
hacernos y que nos ayudarían a aclarar nuestras intenciones y ver si
estamos en la postura correcta.
Ante
todo debemos ser dirigidos por el Espíritu Santo, y depender
totalmente de Dios en lo que nos pueda estar mostrando. Necesitamos
estar en una continua comunión e intimidad por medio de la oración
y mirando la palabra de Dios.
Analicemos
ahora detenidamente los principios que hemos descrito respecto a la
construcción de la torre y veamos como estos han de regir en la
edificación de la obra del Señor. Podemos descubrir a lo largo de
toda la biblia como estos factores forman parte importante para la
realización de cualquier proyecto, plan y estrategia de Dios.
1º)
Debemos ser uno.
La
oración de Jesús en el evangelio de Juan 17 era un clamor por la
unidad de los discípulos y en ella se expresa lo que es la voluntad
de Dios, su deseo. “Un cuerpo, un Espíritu, un Señor” (Efesios
4:1-16) En la iglesia del primer siglo, narrado en hechos de los
apóstoles encontramos el mejor ejemplo práctico de lo que
significaba ser uno para los creyentes. Desde el capitulo primero en
adelante podemos observar muestras de la unidad que prevalecía entre
los creyentes.
“Entonces
volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el
cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo. Y
entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo,
Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de
Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo.
Todos éstos perseveraban unánimes
en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús,
y con sus hermanos.” (Hechos 1:12-14)
Todo el
grupo de discípulos permanecía unido en oración y ruego. Estaban
juntos para ver cumplirse un objetivo, a saber, aguardaban el
cumplimiento de la venida del Espíritu Santo. Así continuaron hasta
que llegado el día de Pentecostés ocurrió el milagro y la promesa
de Jesús se hizo manifiesta.
“Cuando
llegó el día de pentecostes, estaban todos unánimes juntos.
Y de repente vino del cielo un
estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la
casa donde estaban sentados; y
se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose
sobre cada uno de ellos. Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron
a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que
hablasen.” (Hechos 2:1-4)
Una vez
que todos los que estaban en el aposento alto fueron llenos del
Espíritu Santo Pedro dio su primer sermón en el que unas tres mil
personas se convirtieron al Señor.
Toda
esa multitud que se añadió a la iglesia no fue ningún
inconveniente para no permanecer unidos. Ellos estaban unidos en la
doctrina apostólica, vivían en comunión unos con otros, compartían
los alimentos y se reunían para orar. Estos son factores muy
importantes en los que la iglesia del Señor debe permanecer unida.
“Así
que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día como tres mil personas. Y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos
con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hechos
2:41,42)
La
unidad que experimentaba la iglesia del primer siglo no era
esporádica, sino que cada día la practicaban reuniéndose en el
templo y por las casas.
“Y
sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran
hechas por los apóstoles. Todos
los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las
cosas; y
vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según
la necesidad de cada uno. Y
perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en
las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios, y teniendo favor
con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los
que habían de ser salvos.” (Hechos
2:43-47)
Así
podemos continuar citando pasajes que nos indican en que manera los
creyentes estaban unidos para la causa de Dios.
“Y
puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los
principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.
Y ellos, habiéndolo oído, alzaron
unánimes la voz a Dios” (Hechos 4:23,24)
Este
ultimo versículo que cito lo dice todo de una vez, y nos expresa
hasta que punto los creyentes estaban comprometidos no solo con Dios,
sino unos con otros.
“Y
la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma;
y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que
tenían todas las cosas en común.”
(Hechos 4:32)
2º)
Debemos hablar un mismo lenguaje.
El
lenguaje del Espíritu, que es conforme a la palabra de Dios y la
mente de Cristo.
Para
llevar a cabo la obra de Dios es necesario que entre los creyentes
haya comunión y comunicación. Las palabras expresan las ideas, las
ideas nuestros sentimientos, convicciones y creencias. Si no nos
expresamos con claridad y de forma inteligible como vamos a
entendernos.
San
Pablo nos enseña de dos formas de lenguaje y expresión de palabras
para hablar de las cosas de Dios: A) La lengua extraña operada por
el Espíritu Santo. Esta sirve para que el creyente se edifique así
mismo cuando la practica, aunque el no entiende lo que dice, pero
como dice Pablo por el Espíritu habla misterios. B) Está el don de
lenguas que opera junto a la interpretación de lenguas. No se trata
de un lenguaje conocido sino del idioma del Espíritu. Toda la
iglesia es edificada por la manifestación de este don. C) El
lenguaje inteligible, es decir en un idioma que conocemos y
entendemos perfectamente. San Pablo nos dice que a la iglesia debemos
dirigirnos con palabras inteligibles, es decir en un lenguaje que
todos tengan en común, que sea bien conocido para que reciba
edificación.
“Si
alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11)
“Os
ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo,
que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros
divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente
y en un mismo parecer.” (1ª Corintios 1:10)
Cuando
la iglesia no tiene un mismo lenguaje a través del cual expresa un
mismo parecer y una misma mente, es inmadura. Un panorama así, que
es el que se muestra que ocurría en la iglesia de los corintios no
mostraba diversidad, sino división.
Ahora
bien, en la iglesia de Dios, el lenguaje y las palabras que se deben
hablar han de ser conforme a la sabiduría de Dios.
1ª
(Corintios 2:6-16)
Es muy
importante saber de que fuente estamos bebiendo la sabiduría y de
que caudal nos estamos saciando, y que le estamos dando de beber a la
iglesia.
El
apóstol Santiago nos habla en su epístola de cuatro fuentes
distintas de sabiduría:
“¿Quién
es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta
sus obras en sabia mansedumbre. Pero
si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os
jactéis, ni mintáis contra la verdad;
porque esta sabiduría no es la que
desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.
Porque donde hay celos y contención,
allí hay perturbación y toda obra perversa.
Pero la sabiduría que es de lo alto
es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de
misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.
Y el fruto de justicia se siembra en
paz para aquellos que hacen la paz.”
(Santiago 3:13:18)
- Terrenal, de la tierra, es sabiduría humana, el producto de la mente del hombre. El humanismo expresa toda la filosofía del hombre en la cual él es el centro. Dios está por él hombre y no desea que ningún ser humano se pierda, pero su mensaje de redención no está de acuerdo con la filosofía y planteamientos humanos.
- Animal, es sensual, instintiva, pasional.
- Diabólica, que se inspira en Satanás, mentirosa. Es la lengua inflamada e inspirada por el infierno.
- La sabiduría de Dios o que viene de lo alto.
3º)
Debemos trabajar en un proyecto, visión y objetivos comunes.
Debemos
preguntarnos ¿Cuál es el plan de Dios? Según las escrituras
inspiradas ¿Cual es la voluntad de Dios y sus propósitos
predeterminados para la iglesia? La conformidad con esa voluntad de
Dios, con sus planes y modelos revelados en su palabra son
determinantes para trabajar en unidad.
“Donde
no hay visión, el pueblo se desenfrena” (Proverbios 29:18 Versión
Biblia las Américas)
“Sin
profecía el pueblo se desenfrena” (Proverbios 29:18)
“¿Andarán
dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amos 3:3)
“Otra
vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la
tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi
Padre que está en los cielos. Porque
donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos.” (Mateo 18:19,20)
Es
fundamental trabajar hombro con hombro para realizar la obra de Dios,
ayudándonos mutuamente y animándonos unos a otros.
“crezcamos
en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
de quien todo el cuerpo, bien
concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4:15,16)
La idea
es que crezcamos como iglesia, uniformemente, proporcionalmente,
(pero hemos hecho de la iglesia una caricatura) como un cuerpo cuando
está sano debe desarrollarse. Cada miembro del cuerpo debe alcanzar
el tamaño apropiado, para así desarrollar su función propia y su
utilidad necesaria para todo el cuerpo. Todo el cuerpo obedece a la
cabeza y sigue todas sus indicaciones sin rechistar, de otra manera
habría alguna disfunción, algo no estaría bien.
4º)
Estar decididos, proponernos a conciencia hacer la obra de Dios.
Es
necesario que haya una disposición respaldada por una voluntad
decidida. La palabra de Dios nos dice que hagamos firme nuestra
vocación y elección, pues haciéndolo así no caeremos jamás.
Muchos aún no han entendido que Dios no les llamó para llevarlos al
cielo y nada mas; el Señor nos ha elegido para que lo sirvamos, para
que seamos colaboradores suyos en la realización de su obra. Cada
creyente debe tomar conciencia de este llamado y disponer su corazón,
su cuerpo y toda su alma en una entrega completa al Señor para que
él lo pueda usar.
Ahora
bien, comprendo que es obra de Dios que el nos despierte poniendo en
nuestros corazones el interés, el deseo, el querer como el hacer de
su buena voluntad. No tengo dudas de que él quiere hacer esto; en
toda la palabra Dios se expresa su deseo e interés en querer
usarnos.
“Yo
estoy con vosotros, dice Jehová. Y
despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel,
gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo
sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo; y vinieron y
trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios,”
(Hageo 1:13,14)
5º)
Ser creativos y usar nuestra imaginación.
Una
mente renovada por el Espíritu Santo, la cual está abierta a los
sueños y visiones de Dios. Debemos permitir que el Espíritu de Dios
proyecte en nuestros pensamientos sus planes y las obras que quiere
hacer. Jesús dijo:
“De
cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago,
él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.
Y todo lo que pidiereis al Padre en
mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si algo pidiereis en mi nombre, yo
lo haré.” (Juan 14:12-14)
“Y en los postreros días, dice Dios,
Derramaré
de mi Espíritu sobre toda carne,
Y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
Vuestros
jóvenes verán visiones,
Y
vuestros ancianos soñarán sueños;
Y de
cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
Derramaré
de mi Espíritu, y profetizarán.” (Hechos 2:17-21)
6º)
Poner manos a la obra, ser diligentes, entrar a la acción.
Una vez
que sabemos lo que tenemos que hacer porque Dios nos ha hablado y nos
ha mostrado sus planes, hay que ponerse a trabajar. No es necesario
seguir dándole vueltas a las cosas en nuestras cabezas, es hora de
actuar en fe. Si no entramos a la acción comenzaremos a dudar de
todo lo que Dios nos haya mostrado y caeremos en una gran confusión.
No debemos pensar que no es el tiempo de actuar, no hay que esperar
hasta que todo esté girando a nuestro favor para poner manos a la
obra de Dios.
“Así
ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No
ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea
reedificada. Entonces vino palabra de Jehová por medio del profeta
Hageo, diciendo: ¿Es
para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas
artesonadas, y esta casa está desierta?
Pues así ha dicho Jehová de los
ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos.” (Hageo 1:2-5)
“En
lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu,
sirviendo al Señor” (Romanos 12:11)
Jesús
hablo de esa tendencia natural a razonarlo todo, esta actitud siempre
va a tener la consecuencia aunque no intencionadamente de postergar
la acción y retrasar la obra. El pensar que la gente no está
dispuesta a escuchar, que ellos están bien y que no tienen
necesidades.
“¿No
decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega?
He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya
están blancos para la siega. Y
el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para
que el que siembra goce juntamente con el que siega.
Porque en esto es verdadero el
dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega.
Yo os he enviado a segar lo que
vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en
sus labores.” (Juan 4:35-38)
7º)
Proponernos llegar hasta el final, acabar la obra que se empieza.
“Así
que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en
la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor
no es en vano.” (1ª Corintios 15:58)
La
palabra de Dios indica que el hombre de doble ánimo es inconstante
en todos sus caminos, no acaba nada de lo que empieza. Muchos
creyentes han adquirido ese mal hábito de la inconstancia, andan
saltando de un lado para otro haciendo muchas cosas, son incapaces de
centrarse en una cosa hasta concluirla. Esto es un problema de
carácter muy grave. Alguien que tiene doble ánimo se encuentra
dividido en sus muchos pensamientos y no ha decidido con firmeza lo
que quiere hacer, es dominado por sus emociones volubles. Estas
personas son muy indecisas, no se arriesgan en Dios, por otro lado
también pueden ser muy precipitadas en adquirir compromisos sin
pensar. Ellos están con un pie en la carne, confiando en su propia
prudencia y sabiduría y con otro en el espíritu.
Cuando
vamos a edificar el reino de Dios todo el infierno se pondrá en
contra, Satanás nos hará resistencia y lo querrá impedir por todos
los medios. De modo que es necesario mostrar decisión y firmeza,
para emprender y continuar la tarea que Dios nos haya encomendado. Es
necesario apuntar hacia la meta que Dios nos ha puesto por delante y
extendernos hacia su cumplimiento. Como nos enseña la palabra,
debemos poner las manos en el arado y no mirar hacia atrás; es sabio
evitar las distracciones que nos roban las energías que podríamos
estar invirtiendo en el reino de Dios.
Esforcémonos
en llegar a la meta para alcanzar el premio que el Señor tiene
reservado para cada uno, y no abandonemos antes de tiempo.
“Sé
fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”
(Apocalipsis 2:10)
“Al
que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad
sobre las naciones, y
las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de
alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre;
y le daré la estrella de la
mañana.” (Apocalipsis
2:26-28)
“He
aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome
tu corona. Al
que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca
más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y
el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual
desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.”
(Apocalipsis 2:11,12)
Pedro
Jurado
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