jueves, 19 de abril de 2012

Los zapatos más rapidos


LOS ZAPATOS MAS RAPIDOS
 

Era un pre-adolescente, por aquella época en la que los niños todavía podían jugar en la calle tranquilamente, y esto sin que los padres tuviesen que estar excesivamente preocupados por ellos. Tiempos en los que el pavimento de nuestra ciudad no se hallaba aun cien por cien cubierto de asfalto, sino que existían espacios de tierra rojiza y el campo y los arboles se encontraban a un tiro de piedra. Muy pocos vehículos transitaban entonces por las barriadas circundantes al centro de la ciudad, de modo que para los críos aun el poco asfalto que había, se convertía en terreno de juego para el fútbol o en pista de carreras.

Las horas se hacían cortísimas jugando en la calle toda la tarde hasta el anochecer, en la que apurabamos los últimos minutos con entretenimientos algo más recogidos a la luz de una de las pocas farolas que alumbraban el barrio, y antes que se oyese la voz de nuestras respectivas madres diciendo – ¡Ya está bien de juegos, vamos adentro! - Lleno de churretes en la cara, las piernas y manos, aparecía en mi casa procurando escabullirme del ojo inquisidor de mi madre, la que nada mas entrar me decía ¡a lavarte!

Uno de nuestros juegos preferidos era el de policías y ladrones, persecuciones por las calles, carreras a toda pastilla, escondites para descansar y tomar un respiro. Era estrepitoso, emocionante. Se hacia necesario disponer de unas buenas zapatillas o tenis como se le llamaban entonces. Los tenis de toda la vida, aquellos de lona azul con suela y puntera de goma blanca y largos cordones blancos. Para mí, los mejores a la hora de correr. Cuando los estrenaba inmediatamente los ponía a prueba pensando que con ellos nadie podría cogerme. Me sentía como si flotara, más ligero, más veloz. Hoy cuestan una pasta esas zapatillas, pero entonces eran una de las más baratas del mercado. El precio era lo de menos, lo importante para mí es que eran rápidas. Con el trote que les daba no me duraban mucho, pero entonces ya me imaginaba otra vez con unas nuevas, con energía renovada, como si de un nuevo motor se tratase. El ritual de los tenis comenzaba otra vez, la ilusión se despertaba una vez más, nadie me cogerá, seré el más rápido de todos, seré el que más alto salta.

Correr, saltar, escapar y huir de todos y de todo. Los adultos nos hallamos realizando todas estas cosas de una u otra manera. Estas actividades caracterizan a los hombres y mujeres de nuestras sociedades. Eso si, necesitamos algo que nos impulse, una creencia, un estimulo, un punto en el que apoyarnos. No obstante, ¿nos preguntamos porque corremos o cual es la finalidad por la que hacemos las cosas? O ¿de que huimos? O ¿a donde queremos llegar con nuestros saltos?

El gran sabio y apóstol Pablo declaró: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” (1ª Corintios 13:11)

No quiero dar a entender que las actividades mencionadas son exclusivas de la niñez y que como hombres y mujeres maduros no tenemos que realizarlas, evidentemente no me refiero al juego de policías y ladrones u otros juegos, sino simplemente al hecho de correr, saltar esconderse, perseguir o ser perseguido. Pues comentando lo que dice Pablo y haciendo una comparación, el hablar, el pensar y el juzgar, cosas que se hacen desde niño, no se abandonan cuando uno es adulto. Seguimos hablando, pensando y juzgando, pero ya no lo hacemos como infantes inmaduros sino como hombres, eso suponiendo que hayamos salido de la adolescencia.

De modo que aunque para muchos todo sigue siendo un juego, no obstante no han crecido, se han quedado enganchados en la niñez; otros que si han madurado entienden que a de haber un propósito y finalidad, o una razón lógica por la que se realizan las cosas. El correr o saltar, el huir o llevar a cabo cualquier otra acción debe tener sus razones, debe tener algún sentido, pues todo tiene sus riesgos, así al menos pensamos como adultos maduros. La prudencia y el riesgo calculado son asuntos que tomamos en cuenta antes de tomar decisiones, y consideramos el fin para ver si merece la pena el esfuerzo que vamos a realizar.

Ingente multitud de niños grandes corren y corren con sus zapatos recién adquiridos sin saber porque lo hacen, simplemente huyen o escapan. Tal vez si les preguntásemos la razón, lo mas probable es que nos contesten que desean conseguir unas mejores zapatillas que le hagan saltar e incluso volar si es posible más ligeros y más libres. De cualquier forma, lo cierto es, que multitudes exhaustas yacen en el asfalto alquitranado, derrotados, desilusionados, mal heridos, demasiado cansados para seguir corriendo o tan siquiera continuar avanzando en esta jungla de cemento.

En una ocasión el rey David prorrumpió en uno de sus Salmos: “ ¡Quién me diera alas como de paloma! Volaría yo y descansaría.” (Salmos 55:6)

Este David sabia muy bien de que quería escapar, estaba muy consciente de las razones de su anhelado deseo de huir. Sin embargo evoca a la paloma, símbolo espiritual, figura que representa la paz y la mansedumbre, ave en la que el Espíritu Santo de Dios fue personificado y manifestado.
Osea que su escape por así decirlo no sería de cualquier manera, su huida no es como el que abandona, sino mas bien como el que remonta en las alturas para superar los obstáculos y peligros a los que se enfrenta.

Volar y descansar, subiendo alto con alas desplegadas, empujado por los vientos hasta sobrepasar las cumbres mas altas donde se haya el silencio. Desde cuya altura todo se ve pequeño e insignificante. Lugares tan distantes que la gravedad parece no existir y nuestras almas tocadas por el cielo encuentran su descanso verdadero. Mis adversarios desmayan en los espacios donde el aire es tan puro; en las solitarias cimas, desisten. Y sus armas contra mi se vuelven inútiles e inservibles ”

A este volar se refería el rey David, a que otro podría ser si no. De que otra manera podría alzarse a tales alturas espirituales donde hallar liberación. El lo tenía todo, o casi todo, posición y riquezas; sin embargo no era gracias a la gran cantidad de sus posesiones, ni estatus social, ni tampoco debido a su familia la cual estaba en contra suya, ni a causa de sus apacibles circunstancias, pues no tenían nada de apacibles cuando gran parte de su vida la pasó huyendo de sus enemigos.
Por otro lado fue culpable de haber cometido los actos más horrendos, como adulterio y asesinato. Pero aun así voló alto, porque se humilló profundamente en arrepentimiento, pidiendo a Dios limpiase su corazón y que le diese un espíritu recto, y eso agradó a Dios. Escaló las más altas cimas espirituales porque sus pies eran ligeros y firmes como el de los ciervos monteses. Un hombre que sobre cualquier otra posesión y pasión anhelaba a Dios; frente a las vicisitudes que enfrentaba, Dios era su socorro, su fortaleza y su descanso. Saltaba, corría, peleaba, volaba, vencía y alcanzaba sus metas porque lo hacía en Dios y para Dios. Un gigante espiritual, un guerrero de Dios, uno que fue más que vencedor por medio del Señor que lo amó.
¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra?
No desfallece ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.
Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán.” (Isaías 40:28-31)
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12:1,2)
Pedro Jurado

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