martes, 31 de diciembre de 2013

LA UNIÓN CON DIOS

LA UNIÓN CON DIOS

S.Juan 17:20-23 RVR60
"Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado."

Practicamente todos los mensajes que he oído acerca de Juán 17 han enfatizado la unidad de los creyentes y de la iglesia. Es la oración de Jesús por todos sus discípulos expresando su voluntad y deseo al Padre para que obre en ellos la unidad.

Basados en este pasaje hemos exhortado a la iglesia y le hemos anunciado el mensaje de la unidad de todos los creyentes.

Ahora bien, si nos fijamos atentamente en esta escritura así como en todo su contexto podremos observar que no es ese el énfasis que está dando Jesús, él no está hablando de la unidad entre los cristianos. Él de lo que nos está hablando es de la unión de los creyentes con Dios y consigo mismo, que es muy distinto.

Me consta que esto que digo puede sonar extraño a muchos que lo leen, pero es normal cuando se nos ha acostumbrado a pensar de forma lineal y sin salirnos de las interpretaciones convencionales según la tradición. Pero Jesús nos lleva más allá, no un poquito, sino bastante.

El Señor lo que está expresando en Juan 17 es la voluntad suprema del Padre de que seamos uno con Él; y nos explica todo lo que Él ha hecho para que eso sea una realidad en cada creyente. Jesús mismo se pone como referencia y ejemplo para que entendamos como es esa unidad.

Existen dos aspectos a considerar para experimentar la unidad con el Señor: Por un lado el creyente posicionado en Dios, y por el otro, Cristo morando dentro del creyente. El testimonio espiritual de nuestra unión con Dios se da bidireccionalmente cuando nos hayamos posicionados en su verdad, y cuando por su Espíritu el mora en nosotros, entonces puede fluir esa preciosa unidad en una comunión tan profunda que parece que no tuviera fondo. Y así es, nunca tocaremos fondo en nuestro conocimiento espiritual de Dios y en la comunión con Él.

Una cosa también es cierta, lo único que puede satisfacer el ser del creyente, su alma, su espíritu y su mente, es la unión espiritual con Dios; es la misma unidad existente entre Cristo y el Padre Eterno.

Al ser Dios espíritu, nuestra unión con Él solo puede ser espiritual, y desde lo más profundo de nuestro ser. Jesús mismo explicó como es la naturaleza de Dios y de que manera se establece la relación y unión con Él.

S.Juan 4:23-24 RVR60
"Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren."

En este pasaje que he citado podemos observar varias cosas:

A) La naturaleza de Dios es espiritual. B) El busca adoradores espirituales. C) Los tales adoradores adorarán en espíritu y en verdad. C) Es necesario que adoren así, en espíritu y verdad.

Queda claro que una adoración  verdadera es espiritual, siendo que es así, no es posible otra forma o manera de adorar al Señor.

La adoración espiritual y verdadera implica o involucra vários aspectos de la vida. La adoración  al Señor comienza por la oración. Esta es  la busqueda de Dios desde lo más profundo de nuestro corazón en el espíritu. Es en la oración o comunión con Dios donde vamos a experimentar la unión más profunda y significativa con Él.

Es en la oración donde podemos visualizar con claridad la voluntad de Dios, es ahí donde nos entregamos totalmente a Él y donde decidimos y expresamos nuestro anhelo de unirnos, de ser uno con Él.

Ahora bien, para hacernos uno con el Señor, nuestra vida de oración no debe reducirse solo a peticiones y requerimientos a   Dios para nuestra satisfacción personal. No se consigue cuando estamos más pendientes de nosotros mismos y de nuestros deseos que de descubrir la voluntad de Dios.

Es necesario aparcar a un lado todo aquello que nosotros deseamos, a lo que aspiramos e incluso a nuestros sueños e ideales, para poder conectar con el Señor. No querer nada, no desear nada, no pensar en nada, solo tener al Señor como objeto y enfoque de nuestro espíritu y alma. Eso es perderse en el Señor, es darse total y absolutamente a Él.

Para unirnos con el Señor debemos echar toda preocupación y ansiedad sobre Él, toda ansiedad del pasado, del presente y del futuro. Debemos entrar en su reposo y descansar en Él de todas nuestras luchas propias para poder experimentar su gloriosa presencia que nos envuelve y nos funde en la unión con Él por medio del Espíritu. No solo debemos limitarnos a desprendernos de nuestras preocupaciones naturales y materiales, sino incluso de las ansiedades espirituales, de nuestras aspiraciones como cristianos, para solo asirnos del Señor.

La entrega de nuestra voluntad a la voluntad de Dios es un requisito imprescindible para experimentar la unidad con el Señor. Rendirnos por completo a su manera de obrar, a lo que Él disponga para nosotros, sea que esté de acuerdo o no con lo que nosotros queremos o esperamos. Aceptar con gratitud lo que el Señor quiera hacer y nos concede, aunque ello suponga una gran lucha interna para nosotros.

Los pensamientos del Señor, sus propositos y planes para nosotros son lo mejor que nos puede ocurrir. Además es por esa razón que tomamos la decisión de amarle y seguirle; nuestros caminos nos conducen a la muerte, creer y hacer su voluntad nos conduce a la vida.

En la unión espiritual con Dios fluye su vida hácia nosotros y en nosotros. Este era el secreto de la vida de Jesús con el Padre, un secreto revelado puesto que Él lo anunciaba continuamente. Jesús pregonaba que Él no había venido para hacer su propia voluntad en la tierra, sino la voluntad del Padre. El no había venido para hablar sus propias palabras, ni para hacer sus propias obras, sino las del Padre. Eso era posible porque Jesús y el Padre eran uno, el Padre moraba en Jesús y Jesús moraba en el Padre, así la vida del Padre Eterno fluía en Jesús.

Es lo que el Señor trata de decirnos y darnos a entender en Juan 17; sin embargo este tema comienza a tratarse desde el capítulo 14 de Juan, mencionandose también en los capitulos 15 y 16. De modo que es de importancia vital para el cristiano no ignorar este asunto de la unidad con el Señor.

De manera que el deseo del Señor es que entremos en tal dimensión de unidad con Él y con el Padre, así como Él la tuvo; una relación tan estrecha y profunfa en nuestra vida, que la gracia y gloria del Señor se manifiesten y fluyan libremente por nosotros.






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